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descubrió que el castillo tenía otras peculiaridades. Habían terminado de comer y Michael estaba apilando los platos en la pila mugrienta cuando se oyó un golpe fuerte y seco en la puerta. Calcifer elevó sus llamas: -¡Puerta de Kingsbury! Howl, que iba de camino al cuarto de baño, se dirigió hacia la puerta. Tenía un pomo de madera pequeño y cuadrado en el dintel, con una pincelada de pintura en cada uno de sus cuatro lados. En aquel momento el lado que apuntaba hacia abajo tenía una mancha verde, pero Howl lo hizo girar para que fuese la mancha roja la que apuntara hacia abajo antes de abrir la puerta. Fuera había un personaje con una peluca blanca y estirada y un sombrero de ala ancha. Vestía ropa escarlata, púrpura y dorada y llevaba una vara pequeña decorada con lazos, como un árbol de mayo para niños. Hizo una reverencia. Un aroma a trébol y a flores de naranjo se extendió por la habitación. -Su Majestad el Rey le envía saludos y hace entrega del pago por los dos millares de botas de siete leguas -dijo el hombre. A su espalda, Sophie vislumbró un coche de caballos que esperaba en una calle llena de casas suntuosas cubiertas con tallas pintadas y torres y capiteles y cúpulas más allá, de un esplendor que nunca había imaginado siquiera. Lamentó que la persona de la puerta tardara tan poco tiempo en sacar una bolsa de seda larga y tintineante, y Howl en tomarla, devolverle el saludo y cerrar la puerta. Howl hizo girar el pomo para que la mancha verde volviera a apuntar hacia abajo y se metió la bolsa en el bolsillo. Sophie vio cómo Michael seguía la bolsa con la mirada, con una expresión apremiante y preocupada. Howl se metió directamente en el cuarto de baño, y gritó: -¡Necesito agua caliente, Calcifer! Y no salió durante un rato larguísimo. Sophie no pudo contener su curiosidad. -¿Quién era ese? -le preguntó a Michael-. ¿O más bien, dónde estaba eso? -Esa puerta da a Kingsbury -dijo Michael-, donde vive el Rey. Creo que ese hombre era el secretario del Canciller. Y -añadió preocupado a Calcifer- ojalá no le hubiera dado a Howl todo ese dinero. -¿Va a dejar Howl que me quede aquí? -Si te deja, nunca conseguirás que te lo diga -contestó Michael-. Odia comprometerse

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora