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quedó más sorprendido, cuando la persona que se deslizó con mucho cuidado por la
puerta resultó ser la señorita Angorian.
La señorita Angorian se quedó igual de impresionada.
—¡Ah, perdone usted! —dijo—. Pensaba que el señor Jenkins se encontraba aquí.
—Ha salido —dijo Sophie secamente, y se preguntó dónde habría ido Howl
puesto que no estaba con la señorita Angorian.
La señorita Angorian soltó la puerta, a la que se había agarrado por la sorpresa.
La dejó abierta hacia la nada y se acercó con gesto suplicante hacia Sophie, a quien
no le quedó más remedio que levantarse y acercarse a ella. Parecía que su intención
era cerrarle el paso.
—Por favor —dijo la señorita Angorian—, no le diga al señor Jenkins que he
estado aquí. Si le digo la verdad, la única razón por la que le alenté fue con la
esperanza de obtener noticias de mi prometido, Ben Sullivan. Estoy segura de que
Ben desapreció en el mismo lugar por el que el Señor Jenkins desaparece una y otra
vez. Pero Ben no regresó.
—Aquí no hay ningún señor Sullivan —dijo Sophie. Y pensó: «¡Es el nombre del
Mago Suliman! ¡No me creo ni una palabra!».
—Sí, ya lo sé —dijo la señorita Angorian—. Pero tengo la impresión de que es el
lugar correcto. ¿Le importa que curiosee un poco para hacerme una idea del tipo de
vida que lleva Ben ahora?
Se pasó la melena de pelo negro detrás de la oreja e intentó seguir avanzando.
Sophie se interpuso. Eso obligó a la señorita Angorian a alejarse de puntillas en
dirección a la mesa de trabajo.
—¡Qué antiguo es todo! —dijo, observando las botellas y los tarros—. ¡Qué
ciudad más pintoresca! —siguió, al mirar por la ventana.
—Se llama Market Chipping —respondió Sophie, y avanzó para dirigir a la
señorita Angorian de nuevo hacia la puerta.
—¿Y qué hay en el piso de arriba? —preguntó la señorita Angorian, señalando a
la puerta que daba a las escaleras.
—La alcoba privada de Howl —dijo Sophie con firmeza, obligando a la señorita
Angorian a caminar de espaldas.
—¿Y qué hay al otro lado de la puerta? —preguntó la señorita Angorian.
—Una floristería —dijo Sophie y pensó que era una cotilla.
A la señorita Angorian no le quedaba más remedio que chocarse con la silla o
salir por la puerta. Se quedó mirando a Calcífer con una expresión vaga y perpleja,
como si no estuviera segura de lo que estaba viendo, y Calcifer se limito a aguantarle
la mirada sin decir ni una palabra. Aquello hizo que Sophie se sintiera mejor por
haber sido tan antipática. Solo las personas que entendían a Calcifer eran realmente
bienvenidas en casa de Howl.
Pero ahora la señorita Angorian hizo un quiebro y descubrió la guitarra de Howl
apoyada en su rincón. La cogió con una exclamación de asombro y le dio la vuelta,
abrazándola contra su pecho con un gesto posesivo.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora