una inmensa bañera con patas de león y espejos en todas las paredes. Pero estaba in-cluso más sucio que la otra habitación. Sophie se alejó asqueada del retrete, arrugó la nariz al ver el color de la bañera, retrocedió ante el moho verde que crecía en la ducha y pudo soportar el ver su imagen arrugada en los espejos porque estaban cubiertos por pegotes y churretes de sustancias innombrables. Las sustancias innombrables propiamente dichas se acumulaban sobre un estante muy grande que colgaba sobre la bañera. Estaban en tarros, cajas, tubos y en cientos de paquetitos y bolsas arrugadas de papel marrón. El tarro más grande tenía un nombre. Decía POLVOS SECANTES con letras torcidas. Cogió al azar un paquete que decía PIEL y lo volvió a colocar en su lugar. En otro ponía OJOS con la misma letra. En un tubo se leía PARA EL DETERIORO. -Pues parece que funciona -murmuró Sophie mirando en el lavabo con un escalofrío. El agua corrió por la loza cuando abrió un grifo que podría haber sido de cobre y se llevo algo del deterioro. Sophie se aclaró las manos y la cara con el agua sin tocar el lavabo, pero no tuvo valor de usar los POLVOS SECANTES. Se secó el agua con la falda y luego fue hacia la siguiente puerta negra. Aquella daba a un tramo de escaleras destartaladas. Sophie oyó a alguien moverse arriba y cerró la puerta a toda prisa. Parecía que solo daba a una especie de altillo. Avanzó cojeando hasta la siguiente. Ya se movía con mayor facilidad. Era una anciana resistente, como había descubierto el día anterior. La tercera puerta daba a un patío trasero con altos muros de ladrillo. Había un gran montón de leña y otras pilas desordenadas de trozos sueltos de hierro, ruedas, cubos, planchas de metal, cables, todo ello amontonado hasta casi sobrepasar la altura del muro. Sophie cerró también aquella puerta, totalmente confundida, porque parecía que no encajaba con el castillo. Por encima del muro de ladrillo no se veía ningún castillo. Solo el cielo. Lo único que se le ocurrió fue que aquella parte del castillo daba a la pared invisible que la había detenido la noche anterior. Abrió la cuarta puerta y no era más que un armario de la limpieza, con dos capas elegantes de terciopelo, algo polvorientas, colgadas de los palos de las escobas. Sophie volvió a cerrarla despacio. La única puerta que quedaba era la de la pared de la ventana, por la que había entrado la noche anterior. Se acercó hacia ella y la abrió con cautela. Durante unos momentos se quedó contemplando el paisaje de las colinas que se movían lentamente, el brezo que se deslizaba por debajo de la puerta y el viento que alborotaba su pelo escaso. Podía oír el traqueteo y el roce que producían las grandes piedras negras con el movimiento del castillo. Luego cerró la puerta y fue hacia la ventana. Allí estaba de nuevo la ciudad costera. No era un cuadro. Una mujer había abierto una puerta al otro lado de la calle y estaba barriendo. Al otro lado de la casa, una vela gris se izaba sacudiendo el mástil, molestando a una bandada de gaviotas que echó a volar en círculos sobre el mar reluciente. -No lo entiendo -le dijo Sophie a la calavera. Y luego, como el fuego parecía casi apagado, le puso un par de troncos y quitó con el rastrillo parte de la ceniza. Las llamas verdes se elevaron de los troncos, pequeñas y rizadas, y formaron una
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...