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Lettie, pero en otras ocasiones se había equivocado sobre él y, al fin y al cabo, solo


tenía la palabra de Michael y Calcifer como guía de su comportamiento. Sintiéndose


culpable, cogió los triángulos de tela azul y empezó a coserlos en la red plateada que


era lo único que quedaba del traje. Cuando alguien llamó a la puerta, se sobresaltó,


pensando que era otra vez el espantapájaros.


-Puerta de Porthaven -dijo Calcifer, dedicándole una sonrisa color púrpura.


«Entonces no hay problema», pensó Sophie. Se acercó cojeando hacia la puerta y


la abrió con el azul hacia abajo. Fuera había un caballo de tiro. El joven de unos


cincuenta años que lo conducía le preguntó si la señora Bruja tendría algo para evitar


que dejara de perder herraduras todo el tiempo.


-Voy a ver -dijo Sophie inclinándose hacia el hogar-. ¿Qué


hago?-murmuró.


-Polvo amarillo, en la cuarta jarra del segundo estante -susurró Calcifer como


respuesta-. Esos conjuros son más que nada cuestión de fe. Oculta tus dudas


cuando se lo des.


Así que Sophie vertió un poco de polvo amarillo en un cuadrado de papel como


había visto hacer a Michael, lo cerró con elegancia y se acercó cojeando a la puerta.


-Ahí tienes, hijo -le dijo-. Esto le pegará las herraduras mejor que cien clavos.


¿Me oyes, caballo? No te hará falta visitar al herrero durante todo el año. Es un


penique, gracias.


Fue un día muy ajetreado. Sophie tuvo que dejar la costura y vender, con ayuda


de Calcifer, un conjuro para desatascar desagües, otro para llamar a las cabras, y algo


para hacer buena cerveza. El único que le dio problemas fue un cliente que llamó a la


puerta a golpes en Kingsbury. Sophie la abrió con el rojo hacia abajo y se encontró


con un muchacho no mucho mayor que Michael vestido con ricos ropajes, pálido y


sudoroso, que se retorcía las manos en el umbral.


-Señora Hechicera, por favor -dijo-. Tengo un duelo mañana al amanecer.


Déme algo para asegurarme la victoria. ¡Le pagaré lo que quiera!


Sophie miró por encima del hombro a Calcifer y el demonio le devolvió una


mueca, para indicar que no existía un remedio ya preparado para aquel caso.


-Eso sería jugar sucio -le dijo Sophie al joven con severidad-. Además, los


duelos están muy mal.


-¡Entonces dame algo que me permita tener una oportunidad! -dijo el


muchacho desesperadamente.


Sophie le miró. Era muy menudo para su edad y estaba aterrorizado. Tenía el


aspecto desesperado de los que siempre pierden a todo.


-Veré lo que puedo hacer -le dijo. Se acercó a las estanterías y leyó lo que decía


en los tarros. El rojo que decía CAYENA parecía el más indicado. Sophie puso una


buena cantidad en un papel. Colocó la calavera a su lado-. Porque seguro que tú


sabes más de esto que yo -le susurró. El joven estaba nervioso, observándola


apoyado en el quicio de la puerta. Sophie cogió un cuchillo e hizo lo que esperaba


que parecieran pases místicos sobre el montón de pimienta-. Haz que sea una pelea


justa -musitó-. Una pelea justa, ¿entendido? -dobló el papel y se acercó a la

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora