capítulo 1 parte 4

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colocado sus cosas en el dormitorio de las chicas y que Cesari le parecía un sitio muy
divertido. Una semana más tarde el carretero trajo una carta de Martha diciendo que
había llegado bien y que la señora Fairfax era encantadora y que le ponía miel a todo,
porque tenía colmenas. Y aquello fue lo único que supo Sophie de sus hermanas
durante algún tiempo, porque ella también empezó su aprendizaje el mismo día que
Martha y Lettie se marcharon.
Como es natural, Sophie ya conocía el negocio de los sombreros bastante bien.
Desde muy pequeña había jugado en el taller al otro lado del patio donde se
mojaban los sombreros, se moldeaban sobre hormas de madera y se fabricaban flores,
frutas y otros ornamentos de cera y seda para adornarlos. Conocía a todos los
trabajadores. La mayoría ya estaba allí cuando su padre era niño. Conocía a Bessie, la
única ayudante de la tienda que quedaba. Conocía a los clientes que compraban los
sombreros y al hombre que conducía el carro que traía los sombreros de paja natural
del campo para que les dieran forma en el taller. Conocía a los demás proveedores y
sabía cómo se hacía el fieltro para los modelos de invierno. En realidad no había
mucho que Fanny pudiera enseñarle, excepto tal vez cuál era la mejor manera de
conseguir que un cliente comprara un sombrero.
—Tienes que conducirlos poco a poco hacia el más apropiado, cariño —le explicó
Fanny—. Primero les enseñas los que no les quedarán bien del todo, para que noten
la diferencia en cuanto se pongan el adecuado.
La verdad es que Sophie no se dedicaba mucho a vender sombreros. Después de
pasar un día observando en el taller y otro día visitando con Fanny los mercaderes
de paños y sedas, su madrastra la puso a rematar sombreros. Sophie se sentaba en
una pequeña alcoba en la trastienda, cosiendo rosas en las pamelas y velos en los
bonetes, forrándolos todos con seda y adornándolos con frutas de cera y lazos de
colores. Se le daba muy bien. Y le gustaba. Pero se sentía aislada y un poco aburrida.
Los trabajadores del taller eran demasiado mayores para ser entretenidos y, además,
no la trataban como a uno de ellos sino como a alguien que algún día heredaría el ne-
gocio. Bessie la trataba igual. Y de todas formas sobre lo único que hablaba era sobre
el granjero con el que iba a casarse la semana siguiente a la fiesta de mayo. Sophie
tenía celos de Fanny, que podía salir a regatear con el mercader de sedas siempre
que quería.
Lo más interesante eran las conversaciones de los clientes. Es imposible comprar
un sombrero sin cotillear. Sophie se sentaba en su alcoba y mientras daba puntadas
se enteraba de que el alcalde no comía jamás verdura y de que el castillo del mago
Howl había vuelto a los acantilados, hay que ver cómo es, y bla, bla, bla... Siempre
bajaban la voz cuando empezaban a hablar del mago Howl, pero Sophie se enteró de
que el mes pasado había atrapado a una chica en el valle. «¡Barba azul!», decían los
murmullos, que volvían a elevarse para afirmar que Jane Farrier era un auténtico
desastre a la hora de arreglarse el pelo. Esa desde luego no conseguiría atraer ni
siquiera al mago Howl, y mucho menos a un hombre respetable. Y entonces se oía
un breve y temeroso susurro sobre la bruja del Páramo. Sophie empezó a pensar que
el mago Howl y la bruja del Páramo deberían emparejarse.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora