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-Ya me falta poco -respondió Michael.


Media hora después fue tachando los ingredientes de la lista y dijo que creía que


estaba listo. Se acercó a Sophie llevando en la mano un cuenco con una pequeña


cantidad de polvo verde en el fondo.


-¿Dónde lo quieres?


-Aquí -dijo Sophie, cortando los últimos hilos. Echó a un lado al


perro-hombre dormido y colocó el traje de talla infantil en el suelo. Michael, con el


mismo cuidado, inclinó el cuenco y espolvoreó la sustancia sobre cada centímetro de


tela.


Los dos esperaron con ansiedad.


Pasó un momento. Michael suspiró aliviado. El traje comenzaba a estirarse poco


a poco. Lo contemplaron mientras crecía, hasta que por un lado se subió sobre la


pelambrera del perro-hombre y Sophie tuvo que retirarlo un poco para hacerle sitio.


Al cabo de cinco minutos estuvieron de acuerdo en que el traje volvía a ser del


tamaño de Howl. Michael lo recogió y con mucho cuidado sacudió el polvo restante


sobre el fuego. Calcifer se alteró y protestó. El perro-hombre se estremeció en


sueños.


-¡Cuidado! -exclamó Calcifer-. Era un conjuro muy fuerte.


Sophie cogió el traje y subió las escaleras de puntillas. Howl estaba dormido


sobre las almohadas grises, mientras sus arañas se afanaban en construir nuevas


telas a su alrededor. Dormido tenía un aspecto noble y triste. Sophie avanzó cojeando para colocar el traje azul y plateado sobre el viejo arcón junto a la ventana,


intentando convencerse de que el traje había dejado de crecer desde que lo cogió.


-De todas formas, si te impide que asistas al funeral, tampoco sería mala cosa


-murmuró mientras miraba por la ventana.


El sol descendía sobre el primoroso jardín. Allí había un hombre alto y moreno,


que tiraba con entusiasmo una pelota roja hacia el sobrino de Howl, Neil, que tenía


un aspecto de paciente sufrimiento sujetando un bate. Sophie supo que el hombre


era su padre.


-Otra vez cotilleando -oyó decir a Howl. Sophie se volvió inmediatamente


sintiéndose culpable, y vio que estaba todavía medio dormido. Tal vez creyera que


era el día anterior, porque dijo:


-Enséñame a librarme del aguijón de la envidia, eso forma parte de los años pasados.


Amo a Gales, pero Gales no me ama a mí. A Megan le corroe la envidia porque ella


es respetable y yo no -luego se despertó un poco más y preguntó-: ¿Qué haces?


-Te he traído el traje, nada más -dijo Sophie, y se alejó cojeando a toda prisa.


Howl debió de quedarse dormido. No volvió a bajar aquella noche. A la mañana


siguiente, cuando Sophie y Michael se levantaron, no le oyeron removerse. Tuvieron


mucho cuidado para no despertarle. A ninguno de los dos le parecía una buena idea


que asistiera al funeral de la señora Pentstemmon. Michael salió sin hacer ruido a las


colinas para que el perro-hombre corriera un poco. Sophie se movía de puntillas


mientras preparaba el desayuno, confiando en que Howl siguiera durmiendo.


Cuando Michael regresó, no había ni rastro del mago. El perro-hombre estaba

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora