—Probablemente no regrese hasta mañana —contestó el muchacho—. ¿Qué quiere usted? ¿Puedo ayudarla yo? Soy Michael, el ayudante de Howl. Aquello sí que era una buena noticia. —Me temo que solo un mago me puede ayudar —dijo Sophie rápidamente y con firmeza. Y probablemente era verdad—. Esperaré, si no te importa. Era evidente que a Michael sí le importaba. Se quedó allí cerca sin saber qué hacer. Para dejarle claro de que no tenía intención la expulsara de allí un simple ayudante, Sophie cerró los ojos y fingió tener sueño. —Dile que me llamo Sophie —murmuró—. La vieja Sophie —añadió, para que no hubiera peligro. —Seguramente tendrá que esperar toda la noche —dijo Michael. Como eso era exactamente lo que Sophie quería, fingió no oírlo. De hecho estaba casi segura de haberse quedado dormida. Estaba cansadísima de tanto andar. Al cabo de un momento Michael se rindió y volvió a lo que estaba haciendo en el banco de trabajo donde se encontraba la lámpara. Sophie pensó adormilada que tendría refugio toda la noche, aunque fuera con una excusa un poco falsa. Como Howl era un hombre tan malvado, probablemente le estaba bien empleado. Pero su intención era estar muy lejos de allí para cuando Howl apareciese y se opusiera a sus planes. Dirigió una mirada soñolienta y tímida al aprendiz. Le sorprendió que fuese un joven tan agradable y educado. A fin de cuentas, había entrado por la fuerza con muy mala educación y Michael no se había quejado en absoluto. Tal vez Howl lo mantenía en la más abyecta servidumbre. Pero Michael no parecía servil. Era un joven alto y moreno con un rostro agradable, y vestía de forma totalmente respetable. La verdad es que si Sophie no lo hubiera visto en aquel mismo momento verter cuidadosamente un líquido verde de un frasco retorcido sobre un polvo negro en un jarro de cristal deformado, lo hubiera tomado por el hijo de un próspero granjero. ¡Qué extraño! Pero claro, era normal que las cosas fueran raras cuando se trataba de magos, pensó Sophie. Y aquella cocina o taller era muy tranquila y de lo más acogedora. Sophie cayó dormida y se puso a roncar. No se despertó cuando se produjo un relámpago y una explosión apagada en la mesa de trabajo, seguida de una palabrota de Michael a medio pronunciar. Tampoco se despertó cuando Michael, chupándose los dedos quemados, abandonó el conjuro por aquella noche y sacó pan y queso del armario. Siguió dormida cuando Michael tiró al suelo el bastón sin querer, armando un gran alboroto, al estirarse por encima de ella para alcanzar un tronco que echarle al fuego, o cuando, al ver la boca abierta de Sophie, le comentó a la chimenea: —Tiene todos los dientes. No será la bruja del Páramo, ¿no? —No la habría dejado entrar si lo fuera —contestó la chimenea. Michael se encogió de hombros y recogió educadamente el bastón de Sophie. Luego puso otro tronco en el fuego con la misma educación y se marchó a acostarse en el piso de arriba. A mitad de la noche a Sophie le despertaron unos ronquidos. Se estiró
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...