Capítulo 3

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"EN EL QUE SOPHIE ENTRE EN UN CASTILLO Y HACE UN TRATO"

EN  EL  MURO  HABÍA  UNA  PUERTA grande  y  negra  y  Sophie  avanzó  hacia  ella, cojeando con energía. El castillo era todavía más feo visto de cerca. Era demasiado alto para su base y no tenía una forma muy regular. Por lo que podía ver Sophie en aquella oscuridad, estaba construido con grandes bloques que parecían de carbón y, como  el  carbón,  todos  los  bloques  tenían  distintas formas  y  tamaños.  Cuando  se acercó, notó que desprendía frío, pero aquello no la asustó en absoluto. En lo único que pensaba era en sillas y chimeneas y alargó una mano anhelante hacia la puerta. La mano fue incapaz de tocarla. Algún tipo de pared invisible la detuvo a un palmo de la puerta. Sophie la empujó con un dedo irritado. Como aquello no sirvió de nada, lo intentó con el bastón. La pared invisible parecía cubrir por arriba toda la puerta hasta donde alcanzaba su vara y, por abajo, hasta el brezo que sobresalía por debajo del escalón de entrada. —¡Ábrete! —le dijo Sophie. No sirvió de nada. —Muy bien —dijo Sophie—. Pues encontraré tu puerta trasera. Avanzó hacia la esquina izquierda del castillo, que estaba más cerca y ligeramente cuesta abajo. Pero no fue capaz de doblarla. La pared invisible la volvió a detener en cuanto llegó a la altura de la esquina irregular. Entonces, Sophie dijo una palabra que había aprendido de Martha, que ni las ancianas ni las niñas pequeñas deben pronunciar, y avanzó a trompicones; cuesta arriba, en el sentido contrario a las agujas del reloj, hacia la esquina derecha del castillo. Allí no había ninguna barrera. Dobló la esquina y avanzó impaciente hacia el segundo portón negro situado en medio de aquella pared del castillo. El humo negro sopló sobre ella y Sophie tosió. Ahora estaba enfadada. Era vieja, frágil, tenía frío y le dolía todo. La noche había caído y aquel castillo le había soplado humo en la cara. —¡Voy  a  hablar  con  Howl  sobre  esto!  —dijo,  y  se  lanzó  con  fiereza  hacia  la siguiente esquina. Tampoco allí había ninguna barrera. Era obvio que había que dar la vuelta al castillo en sentido contrario a las agujas del reloj. En aquella pared había una tercera puerta, mucho más pequeña y desvencijada. —¡Por fin la puerta trasera! —exclamó Sophie. El castillo volvió a moverse en cuanto Sophie se acercó a aquella entrada. El suelo tembló. Las paredes se estremecieron y crujieron, y la puerta empezó a moverse de lado alejándose de ella. —¡No,  no  hagas  eso!  —gritó  Sophie.  Corrió  tras  la  puerta  y  la  golpeó

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora