entonces la bruja me da lástima, por tener que vivir aquí.
Dio otro paso. El viento no la refrescó en absoluto. Las rocas y los arbustos eran
iguales, pero la arena era más gris y las montañas parecían haber hundido el cielo.
Sophie escudriñó el tembloroso resplandor gris que se divisaba a lo lejos, donde le
pareció ver algo más grande que una roca. Dio un paso más.
Era como estar dentro de un horno. Distinguió un montículo con una forma
peculiar como a un cuarto de milla, erguido sobre una leve pendiente en un terreno
rocoso. Era una forma fantástica de torres torcidas, que se elevaban hacia una torre
principal ligeramente inclinada, como un viejo dedo nudoso. Sophie se quitó las
botas. Hacía demasiado calor para cargar con algo tan pesado, así que avanzó para
investigar llevando solo su bastón.
Aquella cosa parecía estar hecha con la misma tierra amarilla del Páramo. Al
principio Sophie se preguntó si sería algún tipo de hormiguero extraño. Pero al
acercarse se dio cuenta de que era como si estuviera formado por miles de macetas
amarillas amontonadas unas sobre otras. Sonrió. A menudo el castillo viajero le
había recordado al interior de una chimenea y aquel edificio era como una colección
de remates de chimenea, de los que se colocan por fuera para mejorar el tiro. Tenía
que ser obra de un demonio del fuego.
Mientras Sophie subía jadeando la pendiente, no le quedó ninguna duda de que
aquello era la fortaleza de la bruja. De un espacio oscuro al fondo salieron dos
figuras anaranjadas que se quedaron paradas esperándola. Reconoció a los pajes de
la bruja. Acalorada y sin aliento, intentó hablar con ellos educadamente, para
hacerles ver que no tenía problemas con ellos.
-Buenas tardes -dijo.
Se limitaron a mirarla con cara de pocos amigos. Uno de ellos se inclinó y
extendió la mano, señalando hacia una entrada con un arco deformado y oscuro
entre las columnas torcidas de remates de chimenea. Sophie se encogió de hombros
y lo siguió al interior. El otro paje caminó detrás de ella. Naturalmente, la entrada se
desvaneció en cuanto la atravesaron. Sophie volvió a encogerse de hombros. Tendría
que solucionar ese problema a la salida.
Se colocó bien el chal de encaje, se estiró las faldas arrugadas y avanzó. Era como
atravesar la puerta del castillo con el pomo apuntando hacia el negro. Hubo un
momento de nada, seguido por una luz sucia. La luz venía de las llamas amarillas
verdosas que ardían y flameaban por todas partes, pero estaban hechas como de
sombra, porque no despedían calor y solo muy poca luz. Cuando Sophie las miraba,
las llamas no estaban nunca donde ella fijaba la vista, sino siempre a un lado. Un
efecto mágico típico. Sophie se encogió de hombros otra vez y siguió al paje entre
delgados pilares formados por los mismos remates de chimeneas que el resto del
edificio.
Por fin los pajes la llevaron a una especie de madriguera central. O tal vez no
fuera más que un espacio entre los pilares. Sophie estaba confundida. La fortaleza
parecía enorme, aunque sospechaba que era un engaño, como ocurría con el castillo.
La bruja la estaba esperando. No supo cómo la había reconocido, salvo que no podía
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...