14/4

118 16 0
                                    

que te escriba una lista antes de salir la próxima vez? He buscado al príncipe Justin.


Cortejar no es mi única ocupación cuando salgo.


-¿Y cuándo lo has buscado? -dijo Sophie.


-¡Mira cómo se te mueven las orejas y se te arruga la nariz! -exclamó Howl con


voz enronquecida-. Lo busqué en cuanto desapareció, por supuesto. Tenía


curiosidad por saber qué estaba haciendo el príncipe Justin por aquí, cuando todo el


mundo sabía que Suliman había ido al Páramo. Creo que alguien debió de haberle


vendido un conjuro de búsqueda falso, porque fue inmediatamente al valle de


Folding y compró otro de la señora Fairfax. Y ese también lo envió hacia aquí,


naturalmente. Se detuvo en el castillo y Michael le vendió otro conjuro de búsqueda


y uno de ocultamiento...


Michael se llevó la mano a la boca.


-¿Ese hombre con el uniforme verde era el príncipe Justin?


-Sí, pero no lo mencioné antes -dijo Howl- por si acaso el Rey pensaba que


deberías haber tomado la precaución de venderle otro conjuro falso. Mi conciencia


me impidió decir nada. Conciencia. Apunta esa palabra, Doña Metomentodo. Mi


conciencia.


Howl conjuró otro montón de pañuelos y miró a Sophie echando chispas por


encima de ellos con unos ojos que ahora estaban enrojecidos y acuosos. Luego se


levantó.


-Me encuentro mal -anunció-. Me voy a la cama, donde puede que me


muera. Y, por favor, enterradme junto a la señora Pentstemmon -y subió las


escaleras penosamente mientras gemía.


Sophie se puso a coser con más empeño que nunca. Ahora era su oportunidad de


quitarle a Howl el traje gris y escarlata antes de que causara más daño al corazón de


la señorita Angorian. Claro, eso siempre que Howl no se acostara vestido, cosa que


tampoco le extrañaría. Así pues Howl debía de ir buscando al príncipe Justin cuando


fue a Upper Folding y conoció a Lettie. «¡Pobre Lettie!», pensó Sophie mientras cosía


con puntadas diminutas y certeras su triángulo azul número cincuenta y siete. Solo


le quedaban unos cuarenta triángulos.


-¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Me voy a morir aquí abandonado!


Sophie rebufó. Michael dejó de trabajar en su nuevo conjuro y subió corriendo. El


ambiente se volvió muy tenso. En el tiempo en que Sophie tardó en coser diez


triángulos azules más, Michael subió corriendo con miel y limón, un libro, un


mejunje para el catarro, una cuchara para tomarlo y luego con gotas para la nariz,


pastillas para la garganta, una pluma, papel, tres libros más y una infusión de


corteza de sauce. Además, no dejaban de llamar a la puerta, sobresaltando a Sophie y


a Calcifer, que flameaba inquieto. Como nadie abría la puerta, algunos seguían


golpeando durante unos cinco minutos, adivinando que en realidad Howl los


estaban ignorando.


Para entonces Sophie estaba muy preocupada por el traje plateado y azul. Cada


vez se hacía más pequeño. Era imposible coser tantos triángulos sin comerse


bastante material en las costuras.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora