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allí, donde han estado siempre. Podría ir y jugar a ser el hada madrina de mi propio
bautizo si quisiera. A lo mejor lo hice y de ahí vienen mis problemas. No, solo faltan
tres cosas: las sirenas, la raíz de mandragora y el viento que impulsa una mente
honesta. Y que me salgan canas, supongo, pero no pienso quitarme el conjuro para
comprobarlo. Solo quedan unas tres semanas para que se hagan realidad y en cuanto
se cumplan, la bruja me atrapará. Pero la reunión del Club de Rugby es la noche del
solsticio de verano, así que al menos eso no me lo perderé. El resto ya pasó hace
mucho tiempo.
—¿Te refieres a lo de la estrella fugaz y no ser capaz de encontrar a una mujer
hermosa y fiel? —dijo Sophie—. No me extraña, tal y como te comportas. La señora
Pentstemmon me dijo que ibas por el mal camino. Tenía razón, ¿verdad?
—Tengo que ir a su funeral, aunque me mate —dijo Howl con tristeza—. La
señora Pentstemmon siempre tuvo demasiada buena opinión de mí. La cegué con mi
encanto.
Se le saltaron las lágrimas. Sophie no sabía si estaba llorando de verdad o si era el
resfriado. Pero notó que otra vez estaba evitando su pregunta.
—Me refería a que siempre dejas a las chicas en cuanto consigues que se
enamoren de ti —dijo Sophie—. ¿Por qué lo haces?
Howl levantó una mano temblorosa hacia el dosel de la cama.
—Por eso me gustan las arañas. Si al principio no lo consiguen, lo vuelven a
intentar. Yo lo intento —dijo con gran pesar—. Pero la culpa es mía, porque hice un
trato hace años y ahora jamás seré capaz de amar a nadie de verdad.
El agua que salía de los ojos de Howl eran sin duda lágrimas. Sophie estaba
preocupada.
—No llores...
Se oyó un ruido fuera de la habitación. Sophie miró hacia atrás y vio al
hombre-perro atravesando la puerta con precaución. Extendió la mano y le agarró
por la pelambrera rojiza, pensando que venía a morder a Howl, pero lo único que
hizo el perro fue inclinarse contra sus piernas, obligándola a apoyarse contra la
pared descascarillada para mantener el equilibrio.
—¿Qué es esto? —preguntó Howl.
—Mi nuevo perro —dijo Sophie, agarrada a la pelambrera rizada del perro.
Ahora que estaba contra la pared pudo mirar a través de la ventana. Debía de haber
dado al patio, pero en vez de eso mostraba la vista sobre un garaje impecable y cuadrado con un columpio de metal en el medio. El sol poniente pintaba de azul y rojo
las gotas de lluvia que colgaban de él. Mientras Sophie miraba, la sobrina de Howl,
Mari, apareció corriendo sobre la hierba mojada. La hermana de Howl, Megan, la
siguió. Obviamente le estaba gritando a Mari que no se sentara en el columpio
mojado, pero no se oía nada—. ¿Es este el sitio llamado Gales? —preguntó Sophie.
Howl se rió y golpeó la colcha con la mano. Se levantaron nubéculas de polvo.
—¡Maldito perro! —exclamó—. ¡Me había apostado conmigo mismo que podría
evitar que cotillearas por la ventana durante todo el tiempo que estuvieras aquí!
—¿Ah, sí? —dijo Sophie, soltando el perro con la esperanza de que le diera a
Howl un buen mordisco. Pero el perro siguió apoyado contra ella, ahora
empujándola hacia la puerta—. ¿Así que todo este espectáculo no ha sido más que
un juego? ¡Tendría que haberme dado cuenta!
Howl se recostó sobre las almohadas, con aspecto ofendido y dolido.
—A veces —le reprochó—, eres igual que Megan.
—A veces —contestó Sophie, empujando al perro delante de ella fuera de la
habitación—, comprendo que Megan se haya vuelto como es.
Y con un portazo dejó atrás las arañas, el polvo y el jardín.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora