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muerto de hambre. Sophie y Michael rebuscaban por los armarios algo que pudiera


comer un perro cuando oyeron a Howl bajar muy despacio los escalones.


-Sophie -dijo con voz acusadora.


Estaba de pie, sujetando la puerta que daba a las escaleras con un brazo que


quedaba totalmente oculto en una inmensa manga azul y plateada. Los pies, en el


último escalón, estaban ocultos bajo la parte de abajo de una gigantesca chaqueta


azul y plateada. El otro brazo no asomaba ni de lejos por la otra enorme manga.


Sophie distinguió el contorno de ese brazo, haciendo gestos bajo los arremolinados


volantes del cuello. Detrás de Howl, las escaleras estaban cubiertas de tela azul y


plateada hasta su habitación.


-¡Ay, madre! -dijo Michael-. Howl, ha sido culpa mía, es que...


-¿Culpa tuya? ¡Tonterías! -dijo Howl-. Puedo detectar la mano de Sophie a


una milla de distancia. Y hay varias millas de traje. Sophie, querida, ¿dónde está mi


otro traje?


Sophie sacó precipitadamente los trozos del traje gris y escarlata del armario de


las escobas, donde los había escondido.


Howl los estudió.


-Ah, pero si queda algo -dijo-. Creí que a estas alturas sería demasiado


pequeño para verlo. Dámelo, los siete trozos.


Sophie extendió el montón de ropa gris y escarlata hacia él. Howl, tras buscar un


momento, consiguió encontrar su mano entre los muchos pliegues de la manga azul


y plateada y sacarla por un agujero entre dos enormes puntadas. Cogió el traje.


-Ahora -dijo-, voy a prepararme para el funeral. Os pido a los dos, por favor,


que no hagáis absolutamente nada mientras tanto. Veo que Sophie está en plena


forma y me gustaría encontrar esta habitación de su tamaño normal cuando vuelva a


entrar en ella.


Avanzó con dignidad hacia el baño, inmerso en azul y plateado. El resto del traje


lo siguió, arrastrándose por los escalones y por el suelo de la habitación. Cuando


Howl estuvo dentro del cuarto de baño, casi toda la chaqueta estaba en la planta baja


y los pantalones apenas asomaban por las escaleras. Howl entrecerró la puerta y fue


tirando del traje poco a poco. Sophie, Michael y el perro-hombre se quedaron


observando cómo la tela azul y plateada avanzaba metro a metro por el suelo,


decorada de vez en cuando con un enorme botón plateado del tamaño de una rueda


de molino y de puntadas enormes y regulares, como hechas con una soga. Habría


casi una milla en total.


-Me parece que el conjuro no me salió muy bien -dijo Michael cuando el


último dobladillo desapareció por la puerta del cuarto de baño.


-¡Y mira que te lo ha hecho notar! -dijo Calcifer-. Otro tronco, por favor.


Michael le echó otro tronco a Calcifer. Sophie alimentó al perro-hombre. Pero


ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más excepto desayunar de pie un poco


de pan y miel hasta que Howl salió del baño.


Apareció dos horas más tarde, envuelto en una nube olorosa de conjuros cítricos.


Iba todo de negro. El traje era negro, las botas eran negras y el pelo también era

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora