tienda y compraba flores en grandes cantidades. Nadie la reconoció, y aquello la
hizo sentirse muy rara. Todos creían que era la anciana madre de Howl, pero Sophie
ya se había cansado de ser su madre.
—Soy su tía —le dijo a la señora Cesari. Y desde entonces empezaron a llamarla
tía Jenkins.
Para cuando Howl llegaba a la tienda, con un delantal negro a juego con su traje,
solía encontrársela bastante ajetreada. Pero él conseguía que aumentara la actividad.
Entonces fue cuando Sophie empezó a pensar que el traje negro era en realidad el
traje encantado gris y escarlata. Cualquier señora a la que Howl atendía se marchaba
al menos con el doble de flores de las que había pedido. Casi siempre, Howl las camelaba para que compraran diez veces más. Al poco tiempo, Sophie empezó a notar
que las mujeres miraban dentro de la tienda y decidían no entrar si veían que Howl
estaba allí. Y no le extrañaba. Si solo querías una rosa para la solapa, era una lata
verse obligada a comprar tres docenas de orquídeas. Así que cuando Howl empezó a
pasar horas en el taller al otro lado del patio, no se lo reprochó.
—Antes de que preguntes, estoy preparando defensas contra la bruja —dijo—.
Cuando haya terminado, no habrá manera de que entre por ninguna parte.
A veces las flores que sobraban eran un problema. Sophie no soportaba verlas
marchitarse durante la noche. Pero descubrió que aguantaban más tiempo si les
hablaba. Desde ese momento, habló mucho con las flores. Hizo que Michael le
hiciera un conjuro para la nutrición de las plantas y experimentó con cubos en el
fregadero y barreños en la alcoba donde solía adornar los sombreros. Así supo que
podía mantener a las plantas frescas varios días. Así que, naturalmente, decidió
experimentar un poco más. Limpió el hollín del patio y plantó cosas en él,
murmurando sin cesar. Así consiguió cultivar una rosa azul marino, lo cual le
produjo gran placer. Los capullos eran de un negro azabache y sus flores se abrían
volviéndose cada vez más azules hasta que adquirían el mismo color que Calcifer.
Sophie estaba tan contenta que cogió raíces de todas las hierbas que colgaban en las
vigas de madera y experimento también con ellas. Se dijo a sí misma que no había
sido más feliz en toda su vida.
Pero no era verdad, no se sentía bien, y ni siquiera ella misma sabía por qué. A
veces pensaba que la causa era que nadie en Market Chipping la conocía. No se
atrevía a ir a ver a Martha, por miedo a que tampoco su hermana supiera quién era.
No se atrevía a vaciar las botas de siete leguas e ir a visitar a Lettie por la misma
razón. Tampoco podría soportar que sus hermanas la vieran como una anciana.
Michael salía a ver a Martha con ramos de flores cada dos por tres. A veces
Sophie sospechaba que aquello era lo que la molestaba. Michael estaba tan contento,
y a ella la dejaban en la tienda sola cada vez más tiempo. Pero tampoco parecía ser
eso. A Sophie le gustaba vender flores ella sola.
A veces el problema parecía ser Calcifer. Estaba aburrido. No tenía nada que
hacer, excepto mantener el castillo deslizándose suavemente por los senderos de
hierba verde y alrededor de las varias charcas y lagos, y de asegurarse que cada
mañana llegaban a un sitio distinto, con flores nuevas. Su rostro azul se asomaba
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...