que pareces tan asustada?
Lo dijo con amabilidad, lo que hizo que Sophie sintiera más vergüenza que
nunca.
—No. ¡No, gracias, señor! —jadeó y salió corriendo dejándolo atrás. También
llevaba perfume. El olor a jacintos la siguió mientras se alejaba.
«¡Qué hombre tan elegante!», pensó Sophie mientras se abría paso entre las
mesitas a la entrada de Cesari.
Las mesas estaban abarrotadas. Dentro había tanta gente y tanto ruido como en la
plaza. Sophie localizó a Lettie entre la fila de ayudantes que servían tras el mostrador
gracias al grupo de hijos de granjeros que apoyaban los codos en él gritándole cosas.
Lettie, más guapa que nunca y tal vez un poco más delgada, metía pastelillos en las
bolsas tan aprisa como podía, cerrando cada bolsa con una hábil rosca y mirando por
debajo del codo con una sonrisa y una respuesta por cada bolsa que cerraba. Se oían
muchas risas. Sophie tuvo que abrirse paso hacia el mostrador.
Lettie la vio. Por un momento pareció quedarse pasmada. Luego sus ojos y su
sonrisa brillaron al gritar:
—¡Sophie!
—¿Puedo hablar contigo? —gritó Sophie—. En algún sitio —gritó un poco
perdida cuando un codo grande y bien vestido la apartó del mostrador de un
empujón.
—¡Un momento! —le contestó Lettie también a gritos. Dio un paso atrás, se
volvió hacia la chica que estaba junto a ella y le susurró algo. La chica asintió, sonrió
y ocupó el lugar de Lettie.
—Tendréis que conformaros conmigo —le dijo a la multitud—. ¿Quién es el
siguiente?
—¡Pero yo quiero hablar contigo, Lettie! —gritó uno de los granjeros.
—Habla con Carrie —respondió Lettie—. Yo quiero hablar con mi hermana.
A nadie pareció importarle. Empujaron a Sophie hacia el final del mostrador,
donde Lettie la llamaba y mantenía abierta una trampilla para ella, y le dijeron que
no tuviera a Lettie ocupada todo el día. Cuando pasó por la trampilla, Lettie la cogió
por la muñeca y la llevó hacia el fondo de la tienda, hasta una habitación llena de
rejillas de madera, todas ellas repletas de filas de pasteles. Lettie sacó dos taburetes.
—Siéntate —le dijo. Miró al estante más cercano, de forma distraída, y le pasó a
Sophie un pastelillo de crema—. Puede que te haga falta.
Sophie se dejó caer en el taburete y aspiró el rico aroma del pastelillo, sintiéndose
un poco llorosa.
—¡Ay, Lettie! —exclamó—. ¡Me alegro tanto de verte!
—Sí, y yo me alegro de que estés sentada —respondió Lettie—. Porque no soy
Lettie. Soy Martha.
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...