de miles de pájaros y sintiéndose realmente triste. Acarició un lirio del campo
húmedo de rocío y pasó el dedo sobre una de las grandes flores púrpuras de
estambres largos y empolvados. Miró hacia atrás al castillo alto y negro que partía la
neblina a sus espaldas. Suspiró.
-Lo ha mejorado muchísimo -dijo Percival mientras colocaba un ramo de
hibiscos en el barreño flotante de Michael.
-¿Quién? -preguntó Michael.
-Howl -dijo Percival-. Al principio solo había arbustos, y eran pequeños y
resecos.
-¿Recuerdas haber estado aquí antes? -premunió Michael entusiasmado. No
había renunciado en absoluto a la idea que Percival pudiera ser el príncipe Justin.
-Creo que estuve aquí con la bruja -dijo Percival dubitativo.
Recogieron dos barreños llenos de flores. Sophie notó que cuando entraron la
segunda vez Michael le dio varias vueltas al pomo sobre la puerta, seguramente para
que la bruja no pudiera entrar. Y después había que hacer las guirnaldas, con lo que
estuvieron mucho tiempo ocupados. Sophie tenía intención de dejar que Michael y
Percival lo hicieran solos, pero Michael estaba demasiado ocupado bombardeando a
Percival con preguntas astutas y Percival era muy lento. Sophie sabía por qué
Michael estaba tan entusiasmado. Percival tenía un aire extraño, como si esperara
que pasara algo en cualquier momento. Sophie se preguntó hasta qué punto seguiría
estando bajo el poder de la bruja. Tuvo que hacer ella misma casi todas las
guirnaldas. Si en algún momento había pensado en quedarse para ayudar a Howl a
luchar contra la bruja, había cambiado de idea. Howl, que podía haber hecho todas
las guirnaldas con el gesto de una mano, estaba roncando con tanta fuerza que se le
oía incluso desde la tienda.
Tardaron tanto que llegó la hora de abrir la tienda y todavía no habían terminado.
Michael les trajo pan y miel y comieron mientras atendían a la primera oleada de
clientes. Aunque el día del solsticio, como a menudo pasa con las fiestas, había
amanecido nublado y frío en Market Chipping, la mitad del pueblo, vestido con sus
mejores galas, apareció a comprar flores y guirnaldas para el festival. La calle estaba
tomada por una multitud bulliciosa. Fue tanta gente a la tienda, que era casi
mediodía cuando Sophie pudo escaparse y entrar al castillo por el armario de las
escobas. Habían ganado tanto dinero que el tesoro de Michael bajo la piedra del
hogar se habría multiplicado por diez, o al menos eso pensó Sophie mientras
trasteaba, poniendo algo de comida y su ropa vieja en un hatillo.
-¿Has venido a hablar conmigo? -preguntó Calcifer.
-Espera un momento -respondió Sophie, atravesando la habitación con el
hatillo detrás de la espalda. No quería que Calcifer montara un escándalo sobre el
contrato.
Extendió la otra mano para desenganchar el bastón de la silla y justo en ese
momento alguien llamó a la puerta. Sophie se quedó quieta, con la mano extendida,
y le dirigió una mirada inquisitiva a Calcifer.
-Es la puerta de la mansión -dijo Calcifer-. De carne y hueso e inofensivo.
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...