como una campana fúnebre. Sophie se llevó las manos a la cara, preguntándose qué habría visto el hombre. Y palpó arrugas suaves y curtidas por el sol. Se miró las manos y también estaban arrugadas, y muy delgadas, con grandes venas en el dorso y nudillos huesudos. Se levantó las faldas y bajó la vista hasta los delgados y decrépitos tobillos y unos pies que habían deformado los zapatos. Eran las piernas de una persona de unos noventa años y parecían ser de verdad. Sophie se acercó al espejo y descubrió que cojeaba. El rostro del espejo estaba bastante tranquilo, porque encontró lo que esperaba ver: el rostro de una anciana enjuta, demacrada y morena, rodeado de un halo de escaso pelo blanco. Sus propios ojos, amarillentos y acuosos, la miraron con expresión trágica. —No te preocupes, viejita —le dijo Sophie a la imagen—. Pareces estar muy sana. Además, esta cara se corresponde mejor con tu estado de ánimo. Pensó en su situación con bastante calma. Todo parecía haberse vuelto tranquilo y distante. Ni siquiera estaba especialmente enfadada con la bruja del Páramo. —Bueno, claro que tendré que ocuparme de ella en cuanto tenga oportunidad —se dijo—, pero mientras tanto, si Lettie y Martha pueden soportar ser otra, yo también puedo aguantarlo. Lo que no puedo hacer es quedarme aquí. A Fanny le daría un ataque. A ver. Este traje gris es apropiado, pero necesito el chal y algo de comida. Avanzó cojeando hasta la puerta y colocó con cuidado el cartel de CERRADO. Las articulaciones le crujían al moverse. Tenía que caminar despacio e inclinada hacia delante. Pero descubrió aliviada que era una anciana fuerte. No se sentía débil o enferma, solo agarrotada. Fue a recoger su chal y se lo colocó por encima de la cabeza, como hacían las señoras mayores. Luego recorrió lentamente la casa y recogió su bolsa con unas cuantas monedas y un hatillo con pan y queso. Salió de la casa, escondió la llave con cuidado en el sitio de siempre y se alejó calle abajo cojeando, sorprendida por lo tranquila que se sentía. Dudó si despedirse de Martha, pero no le gustó la idea de que no la reconociera. Era mejor marcharse sin más. Decidió que escribiría a sus dos hermanas cuando llegara a donde fuera y siguió andando, atravesando el prado donde había estado la feria, cruzando un puente y recorriendo senderos. Era un día cálido de primavera. Sophie descubrió que ser un vejestorio no le impedía disfrutar de los colores y aromas de mayo en los setos del camino, aunque tenía la vista un poco nublada. Le empezó a doler la espalda. Avanzaba a buen paso, pero necesitaba un bastón. Iba mirando a los lados, por si veía algún palo suelto.Su vista no era tan buena como antes. Le pareció ver un palo, a una distancia de una milla más o menos, pero cuando tiró de él resultó ser el extremo de un espantapájaros que alguien había arrojado al seto. Sophie lo colocó de pie. La cara era un nabo arrugado. Sophie se compadeció de él. En lugar de hacerlo pedazos y quedarse con el palo, lo colocó entre dos ramas del seto de forma que se cernía amenazadora sobre los espinos. Sophie lo enderezó y las mangas hechas jirones ondearon sobre los palos
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...