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sobresaltada y muy irritada al descubrir que la única que había estado roncando era ella. Le parecía que acababa de quedarse dormida solo unos segundos, pero en ese breve tiempo Michael había desaparecido, llevándose la luz con él. Seguro que un aprendiz de mago aprendía a hacer esas cosas en la primera semana. Y había dejado el fuego muy bajo. Estaba silbando y chisporroteando, molesto. Una ráfaga de aire frío sopló sobre la espalda de Sophie. Recordó que estaba en el castillo de un mago y también, sin lugar a dudas, que había una calavera humana en el banco de trabajo detrás de ella. Se estremeció y volvió su cuello viejo y rígido, pero, solo distinguió la oscuridad. -Vamos a poner un poco más de luz, ¿no? -se dijo. Su vocecilla cascada pareció no hacer más ruido que el crepitar del fuego. Sophie se sorprendió. Esperaba que hubiera eco en los techos abovedados del castillo. De todas formas, había una cesta con leña a su lado. Alargó el brazo con un crujido y echó un tronco al fuego, que envió un chorro de chispas verdes y azules hacia la chimenea. Echó otro tronco y se apoyó de nuevo en el respaldo, sin dejar de mirar nerviosa a su espalda, donde el reflejo azul violeta del fuego danzaba sobre la superficie bruñida de la calavera. La sala era bastante pequeña. Y allí no había nadie más que Sophie y la calavera. -Él ya tiene los dos pies en la tumba y yo solo uno -se consoló mientras se volvía de nuevo hacia el fuego, que ahora había crecido con llamas azules y verdes-. Debe de haber sal en esa madera -murmuró Sophie. Se acomodó mejor, colocando los pies nudosos sobre la pantalla de la chimenea y la cabeza en una esquina de la silla, desde donde veía las llamas de colores, y empezó a pensar soñolienta qué haría por la mañana. Pero se despistó un poco al imaginar que había una cara entre las llamas-. Sería una cara delgada y azul -susurró-, muy alargada y delgada, con una nariz fina y azul. Pero esas llamas rizadas y verdes de arriba son sin duda el pelo. ¿Y si no me marcho antes de que regrese Howl? Los magos pueden quitar encantamientos, supongo. Y esas llamas moradas cerca del fondo son la boca. Tienes unos dientes feroces, amigo mío. Y esos dos mechones de llamas verdes son las cejas... -curiosamente, las únicas llamas naranjas del fuego estaban debajo de las cejas verdes, como dos ojos, y cada una tenía un reflejo morado en el medio que Sophie podía casi imaginar que la estaban mirando, como la pupila de un ojo-. Por otra parte -continuó Sophie, mirando las llamas naranjas-, si me librara del encantamiento, se comería mi corazón en un santiamén. -¿No quieres que te coma el corazón? -preguntó el fuego. No había duda de que había sido el fuego el que había hablado. Sophie vio cómo se movía la boca púrpura cuando salieron las palabras. La voz era casi tan cascada como la suya, llena de los suspiros y los chisporroteos de la madera al arder. -Claro que no -dijo Sophie-. ¿Qué eres? -Soy un demonio del fuego -contestó la boca púrpura. Había más de suspiro que de rencor en su voz cuando explicó-: Estoy atado a esta chimenea por un contrato. No puedo moverme de aquí -entonces la voz se convirtió en vivaz y chispeante-. ¿Y quién eres tú? -le preguntó-. Veo que estás bajo un

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora