-Gracias -dijo Sophie, y colocó de golpe la pesada sartén sobre las llamas para asegurarse de que Calcifer no se levantaba de repente. -Espero que se te queme el beicon -dijo Calcifer, con la voz ahogada bajo la sartén. Sophie plantó varias lonchas sobre la sartén. Estaba bien caliente. El beicon chisporroteó y Sophie tuvo que enrollarse la mano en la falda para sostener el mango. Cuando se abrió la puerta, ni siquiera se dio cuenta por el ruido de la fritura. -No hagas tonterías -le dijo a Calcifer-. Y estáte quieto, porque voy a cascar los huevos. -Ah, hola, Howl -dijo Michael sin saber qué hacer. Apresuradamente, Sophie dio media vuelta al oírle. Los ojos se le abrieron como platos. El joven alto con el traje azul y plateado que acaba de entrar se detuvo cuando se disponía a dejar una guitarra en un rincón. Se apartó el pelo rubio de sus curiosos ojos verdes y le devolvió la mirada a Sophie. Su cara larga y angulosa mostraba perplejidad. -¿Quién rayos eres tú? -dijo Howl-. ¿Dónde te he visto antes? -Soy una total desconocida -mintió Sophie con firmeza. Después de todo, Howl solo la había visto el tiempo suficiente para llamarla ratoncita, así que era casi cierto. Debería darle gracias al cielo por la suerte que había tenido al haber podido escapar en aquella ocasión, pero en realidad su principal pensamiento fue: «¡Anda! ¡Si el mago Howl no es más que un veinteañero, por muy malo que sea!». «La vejez lo cambiaba todo», pensó mientras le daba la vuelta al beicon en la sartén. Y se hubiera muerto antes que dejar que aquel jovenzuelo peripuesto se enterase de que era la chica de la que se había compadecido el día de la fiesta. Y aquello no tenía nada que ver con las almas y los corazones. Howl no se iba a enterar. -Dice que se llama Sophie -intervino Michael-. Llegó anoche. -¿Cómo ha conseguido que se incline Calcifer? -preguntó Howl. -¡Me ha obligado! -dijo Calcifer con voz lastimera y ahogada debajo de la sartén. -No hay mucha gente capaz de hacer una cosa así -dijo Howl pensativo. Dejó la guitarra en el rincón y se acercó al hogar. Un aroma a jacintos se mezcló con el del beicon cuando empujó a Sophie a un lado con firmeza-. A Calcifer no le gusta que nadie cocine sobre él, excepto yo -dijo al arrodillarse mientras se enrollaba una de sus largas mangas sobre la mano para sujetar la sartén-. Pásame dos lonchas de beicon más y seis huevos, por favor, y dime para qué has venido. Sophie se quedó mirando fijamente a la joya azul que le colgaba de la oreja de Howl y le fue pasando un huevo detrás de otro. -¿Que para qué he venido, joven? -dijo. Después de lo que había visto del castillo, era evidente-. He venido porque soy la nueva limpiadora, naturalmente. -¿Ah, sí? -preguntó Howl, cascando los huevos con una sola mano y arrojando las cascaras entre los troncos, donde Calcifer parecía comérselas con mucho deleite y ruido-. ¿Y quién lo dice? -Yo lo digo -afirmó Sophie, y añadió en tono piadoso-: Seré capaz de limpiar
ESTÁS LEYENDO
EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...