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-¡Ya está bien! -dijo-. ¡Para ahora mismo! ¡Te estás comportando como un crío! Howl no se movió ni contestó. Su rostro miraba desde detrás de una capa de pringue, pálido, trágico y con los ojos muy abiertos. -¿Qué podemos hacer? ¿Está muerto? -preguntó Michael, temblando junto a la puerta. Sophie pensó que Michael era un buen chaval, pero un poco inútil en momentos de crisis. -No, claro que no -dijo-. ¡Y si no fuera por Calcifer, me importaría un bledo que se comportara como una anguila gelatinosa el día entero! Abre la puerta del cuarto de baño. Mientras Michael se abría paso entre charcos de lodo en dirección al baño, Sophie tiró su delantal sobre el hogar para impedir que el fango verde siguiera avanzando hacia Calcifer y cogió la pala. Levantó paletadas de ceniza y las fue echando sobre los charcos más grandes. El limo siseó violentamente. El cuarto se llenó de vapor y olía peor que nunca. Sophie se arremangó, inclinó la espalda para agarrar bien las rodillas resbaladizas del mago, y empujó a Howl hacia el baño, con taburete y todo. Los pies resbalaban y patinaban sobre el lodo, lo que hacía más fácil mover la silla. Michael se acercó y tiró de las mangas. Entre los dos lo metieron en el cuarto de baño. Allí, como Howl seguía negándose a moverse, lo colocaron en la ducha. -¡Agua caliente, Calcifer! -jadeó Sophie decidida-. Muy caliente. Necesitaron una hora para quitarle el fango verde a Howl. Y Michael tardó otra hora en convencerle de que se levantara del taburete y se pusiera ropa limpia. Afortunadamente, el traje gris y escarlata que Sophie acababa de remendar estaba colgado sobre el respaldo de la silla, fuera del alcance del líquido viscoso. El traje azul y plateado había quedado destrozado. Sophie le dijo a Michael que lo pusiera a remojo en la bañera. Mientras tanto, murmurando y gruñendo, cogió más agua caliente. Giró el pomo con el verde hacia abajo y barrió todo el limo verde hacia las colinas. El castillo fue dejando sobre el brezo un rastro como el de un caracol, pero era la forma más fácil de deshacerse de aquello. Vivir en un castillo volante tenía sus ventajas, pensó Sophie mientras fregaba el suelo. Se preguntó si los ruidos de Howl también se habrían oído allí fuera. Si así había sido, se apiadó de los habitantes de Market Chipping. Para entonces Sophie estaba cansada y enfadada. Sabía que el fango verde había sido la venganza de Howl contra ella, y cuando Michael por fin consiguió sacar al brujo del baño, vestido de gris y escarlata, y lo sentó tiernamente en la silla junto a la chimenea, no estuvo dispuesta a mostrarse comprensiva. -¡Ha sido una total estupidez! -protestó Calcifer-. ¿Es que querías deshacerte de la mejor parte de tu magia o qué? Howl no le hizo caso. Seguía sentado sin decir nada, con aspecto trágico y tembloroso. -¡No consigo que hable! -suspiró Michael tristemente.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora