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mesa. El conjuro era bastante claro, pero los comentarios de Howl no los entendía. -¡Nunca he visto una letra semejante! -se quejó a la calavera-. ¿Escribe con una pluma o con un punzón? -estudiócon impaciencia cada trocito de papel de la mesa y examinólos polvos y líquidos de los tarros asimétricos-. Sí, lo admito -le dijo a la calavera-, soy una fisgona. Y esta es mi recompensa. Acabo de enterarme de cómo curar a los pollos enfermos, vencer a la tosferina, provocar un vendaval y eliminar el vello de la cara. Si Martha hubiera descubierto estas cosas, todavía seguiría en casa de la señora Fairfax. Cuando Howl volvió del patio, a Sophie le pareció que examinaba todas las cosas que ella había movido. Pero tal vez fuera solo porque no podía estarse quieto. Después de eso, no supo qué hacer. Sophie le oyó pasear intranquilo toda la noche. A la mañana siguiente solo pasó una hora en el cuarto de baño. Parecía que no podía contenerse. Michael se puso su mejor traje de terciopelo color ciruela, listo para ir al Palacio de Kingsbury, y los dos envolvieron el abultado conjuro en papel dorado. Debía de ser increíblemente ligero para su tamaño, pues Michael podía llevarlo solo con facilidad, rodeándolo con los dos brazos. Howl giró el pomo sobre la puerta de forma que el rojo apuntase hacia abajo y le envió a la calle de casas pintadas. -Lo están esperando -le dijo-. Solo te van a entretener casi toda la mañana. Diles que hasta un niño podría manejarlo. Muéstraselo. Y cuando regreses, tendré preparado un conjuro de poder para que trabajes en él. Hasta luego. Cerró la puerta y siguió caminando por la habitación. -No aguanto más aquí dentro -dijo de repente-. Voy a salir a dar un paseo por las colinas. Dile a Michael que el conjuro que le prometí está encima de la mesa. Y esto es para que te entretengas tú. Sophie descubrió un traje gris y escarlata, tan elegante y extravagante como el azul y plateado, que había caído en su regazo salido de la nada. Mientras tanto, Howl cogió la guitarra de su rincón, giró el cuadrado de madera con el verde hacia abajo y salió entre los brezos en movimiento en lo alto de las colinas sobre Market Chipping. -¡Que no aguanta más aquí dentro! -gruñó Calcifer. En Porthaven había niebla. Calcifer estaba escondido entre los troncos, moviéndose incómodo a un lado y a otro para evitar las gotas que caían de la chimenea-. ¿Cómo se cree que me siento yo, atrapado en un hogar húmedo como este? -Entonces tendrás que darme al menos una pista sobre cómo romper tu contrato -dijo Sophie, sacudiendo el traje gris y escarlata-. ¡Madre mía, sí que eres un traje elegante, aunque estás un poco desgastado! Hecho para atraer a las jovencitas, ¿verdad? -¡Pero si ya te he dado una pista! -protestó Calcifer. -Pues tendrás que dármela otra vez. No la he pillado -dijo Sophie mientras dejaba el traje en la silla y se acercaba lentamente hacia la puerta. -Si te doy una pista y te digo que es una pista, entonces es información, y eso no me está permitido -dijo Calcifer-. ¿Adonde vas? -A hacer una cosa que no me atrevía a hacer hasta que estuvieran los dos fuera

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora