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y sentarse en el siguiente portal a pasar la noche, cuando se topó con el estrecho


callejón donde estaba la casa de la señora Pentstemmon. Pensó entonces que podía


preguntarle al mayordomo. Howl y él parecían tan amigos que seguro que sabía


dónde vivía. Así pues, tomó esa calle.


La bruja del Páramo venía hacia ella.


Es difícil saber cómo reconoció Sophie a la bruja. Tenía una cara distinta. En


lugar de sus ordenados rizos castaños, lucía una cascada pelirroja que le llegaba casi


a la cintura, y vestía una gasas vaporosas cobrizas y amarillo pálido. Estaba muy


lozana y hermosa. Sophie la reconoció de inmediato. Estuvo a punto de detenerse,


pero no del todo.


«No tiene por qué acordarse de mí», pensó Sophie. Seguro que no soy más que


una de las cientos de personas que ha encantado. Y siguió avanzando con valentía,


golpeando con el bastón sobre los adoquines y recordando que, en caso de peligro, la


señora Pentstemmon había dicho que aquel bastón se había convertido en un objeto


poderoso.


Aquello fue otro error. La bruja se acercó flotando por la callejuela, sonriendo,


haciendo girar su sombrilla, seguida por dos pajes enfurruñados vestidos de


terciopelo anaranjado. Cuando estuvo a su altura, se detuvo y Sophie distinguió un


perfume tostado.


-¡Anda, pero si es la señorita Hatter! -dijo la bruja, riéndose-. ¡Nunca olvido


una cara, particularmente si la he creado yo misma! ¿Qué estás haciendo aquí con


ese traje tan elegante? Si venías a visitar a esa señora Pentstemmon, ahórrate el


esfuerzo. La vieja está muerta.


-¿Muerta? -preguntó Sophie. Tuvo el impulso insensato de añadir: «¡Pero si


hace una hora estaba viva!». Pero no lo dijo, porque la muerte es así, uno está vivo


hasta que se muere.


-Sí. Muerta -dijo la bruja-. Se negó a revelarme dónde está cierta persona que


yo quería encontrar. Me dijo: «Por encima de mi cadáver», así que le tomé la palabra.


«¡Está buscando a Howl!», pensó Sophie. «¿Y ahora qué hago?». Si no hubiera


estando tan cansada y acalorada, Sophie habría tenido miedo hasta de pensar.


Porque una Bruja capaz de matar a la señora Pentstemmon no tendría ningún


problema con Sophie, con bastón o sin él. Y si por un momento sospechaba que


Sophie sabía dónde estaba Howl, aquel podría ser su final. Tal vez era mejor que no


recordara dónde estaba la entrada del castillo.


-No sé quién es esta persona a la que has matado -dijo-, pero eso te convierte


en una malvada asesina.


De todas formas, la bruja pareció desconfiar.


-¿No habías dicho que ibas a visitar a la señora Pentstemmon?


-No -respondió Sophie-. Eso lo has dicho tú. Y no tengo que conocerla para


llamarte malvada por haberla matado.


-¿Entonces adonde vas? -dijo la bruja.


Sophie sintió la tentación de decirle a la bruja que se ocupara de sus asuntos.


Pero aquello era buscarse problemas, así que dijo lo único que se le ocurrió:

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora