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El Castillo Ambulante - Diana Wynne Jones 38que era imposible reconocerlas. Sophie confiaba en que los paquetes solo contuvieran cosméticos. Colocó las cosas de nuevo en la estantería y siguió limpiando. Aquella noche, cuando se acomodó en la silla con dolores por todo el cuerpo, Calcifer se quejó de que por su culpa había secado uno de los manantiales de aguas termales. -¿Dónde están esas termas? -preguntó Sophie. En aquellos días sentía curiosidad por todo. -Bajo los pantanos de Porthaven -dijo Calcifer-, pero como sigas así, tendré que traer agua caliente del Páramo. ¿Cuándo vas a dejar de limpiar y a averiguar lo de mi contrato? -Todo a su tiempo -dijo Sophie-. ¿Cómo voy a sacarle a Howl lo del contrato si no para en casa? ¿Siempre sale tanto? -Solo cuando anda cortejando a alguna dama -dijo Calcifer. Cuando el baño quedó limpio y reluciente, Sophie fregó las escaleras y el rellano. Luego entró en el pequeño cuarto de Michael. El muchacho, que para entonces parecía haber aceptado resignadamente a Sophie como una especie de desastre natural, lanzó un grito de desesperación y subió corriendo las escaleras para rescatar sus posesiones más preciadas. Estaban en una caja vieja bajo su pequeño camastro taladrado por la carcoma. Cuando se llevaba la caja con actitud protectora, Sophie vislumbró un lazo azul con una rosa de azúcar, sobre lo que parecían ser cartas. -¡Así que Michael tiene una enamorada! -se dijo mientras abría la ventana, que también daba a una calle en Porthaven, y sacaba el colchón sobre el alféizar para que se aireara. Teniendo en cuenta lo curiosa que se había vuelto, Sophie se sorprendió a sí misma al no preguntarle quién era aquella chica y cómo la mantenía a salvo de Howl. Barrió tal cantidad de polvo y basura de la habitación de Michael que estuvo a punto de ahogar a Calcifer intentando quemarlo todo. -¡Me vas a matar! ¡Eres tan despiadada como Howl! -tosió Calcifer. Solo se le vía el pelo verde y un pedazo azul de su frente alargada. Michael metió su preciada caja en el cajón de la mesa de trabajo y lo cerró con llave. -¡Ojalá Howl nos hiciera caso! -dijo-. ¿Por qué tardará tanto con esta chica? Al día siguiente Sophie intentó empezar con el patio, pero en Porthaven estaba lloviendo. La lluvia azotaba la ventana y repiqueteaba contra la chimenea, provocando el siseo irritado de Calcifer. El patio también formaba parte de la casa de Porthaven, así que estaba diluviando cuando Sophie abrió la puerta. Se cubrió la cabeza con el delantal y trasteó un poco, y antes de mojarse demasiado, encontró un cubo con cal y un pincel largo. Se los llevó dentro y se puso a trabajar en las paredes. Encontró una vieja escalera en el armario y encaló el techo entre las vigas. Siguió lloviendo durante dos días en Porthaven, aunque cuando Howl abrió la puerta con la mancha verde hacia abajo y salió a la colina hacía sol, y las sombras de las nubes corrían sobre el brezo a más velocidad de la que el castillo podía permitirse. Sophie encaló también su cubículo, las escaleras, el rellano y la habitación de Michael.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora