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El Castillo Ambulante - Diana Wynne Jones 58arriesgó a preguntarle a Howl qué quería el Rey. -Todavía nada concreto -dijo Howl con aire sombrío-. Pero me ha estado tanteando sobre su hermano, cosa poco halagüeña. Aparentemente tuvieron una gran discusión justo antes de que el príncipe Justin se marchase, y corren rumores. El Rey obviamente quería que me ofreciera para salir en su busca. Y yo, como un tonto, le dije que no creía que el mago Suliman estuviera muerto, y aquello complicó las cosas aún más. -¿Por qué quieres evitar buscar al príncipe? -preguntó Sophie-. ¿No crees que puedas encontrarle? -Tienes menos tacto que un toro, ¿verdad? -dijo Howl. Todavía no la había perdonado por lo de Calcifer-. Quiero escabullirme porque sé que puedo encontrarle, si tanto te interesa saberlo. Justin era muy amigo de Suliman, y la pelea con el Rey fue porque le dijo que se iba a buscarle. Pensaba que el Rey había hecho mal en enviar a Suliman al páramo. Y hasta tú debes saber que allí hay una cierta dama que siempre causa problemas. El año pasado prometió freírme vivo y me ha enviado una maldición que hasta ahora he conseguido esquivar solamente porque tuve el acierto de darle un nombre falso. Sophie estaba casi admirada. -¿Quieres decir que le diste calabazas a la bruja del Páramo? Howl se cortó otro pedazo de tarta, con expresión triste y noble. -Yo no lo diría con esas palabras. Admito que durante un tiempo creí estar encariñado con ella. En algunos aspectos es una dama muy triste, sin amor. Todos los hombres de Ingary le tienen pánico. Tú deberías comprender cómo se siente, querida Sophie. Sophie abrió la boca totalmente indignada y Michael intervino rápidamente: -¿Crees que deberíamos mover el castillo? Para eso lo inventaste, ¿no? -Eso depende de Calcifer -dijo Howl, mirando por encima del hombro a los troncos que apenas humeaban-. La verdad es que cuando pienso en el Rey y la bruja, los dos detrás de mí, me dan ganas de plantar el castillo en alguna roca agradable a unas miles de millas de distancia. Michael deseó no haber abierto la boca. Sophie vio que estaba pensando que miles de millas de distancia era terriblemente lejos de Martha. -¿Pero que le pasará a tu Lettie Hatter si te vas de aquí? -le preguntó a Howl. -Supongo que para entonces ya todo habrá terminado -dijo Howl distraído-. Pero si se me ocurriera alguna forma de quitarme de encima al Rey... ¡Ya sé! -levantó el tenedor, con un trozo de crema y tarta, y apuntó con él a Sophie-. Tú puedes ensuciar mi nombre ante el Rey. Podrías fingir ser mi anciana madre e ir a rogarle por tu querido hijo -y le brindó a Sophie esa sonrisa que sin duda había encantado a la bruja del Páramo y posiblemente a Lettie también, dirigiéndosela de manera deslumbrante a lo largo del tenedor y de la crema, directamente a los ojos de Sophie-. Si eres capaz de intimidar a Calcifer, el Rey no te dará ningún problema. Sophie le miró sorprendida incapaz de decir nada. Pensó que ese era el momento en el que le tocaba escabullirse. Se marchaba. Lo sentía mucho por el contrato de Calcifer. Estaba harta de Howl. Primero el fango verde, luego las miradas asesinas por algo que Calcifer había hecho por voluntad propia. ¡Y ahora esto! Mañana escaparía a Upper Folding y le contaría todo a Lettie

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora