había cogido la que convertía a su portador en el hombre barbudo. Y entonces supo
por qué se había reído tanto Calcifer cuando ella se puso la otra. Michael era un
caballo. Pero no había tiempo para risas. Sophie abrió la puerta y salió a la calle,
seguida por el perro-hombre, que, sorprendentemente, parecía muy tranquilo pese a
todo. Michael trotó tras ella con un repiqueteo de cascos inexistentes, dejando a
Calcifer ardiendo entre el blanco y el azul a su espalda.
La calle estaba llena de gente que miraba hacia arriba. Nadie tuvo tiempo de
fijarse en un caballo que salía de una casa. Sophie y Michael también miraron y
descubrieron una inmensa nube que ardía y se retorcía justo sobre los tejados. Era
negra y giraba sobre sí misma violentamente. A través de su negrura brillaban
relámpagos blancos que no eran realmente de luz. Pero casi en cuanto llegaron
Michael y Sophie, el nudo de magia tomó la forma de una masa borrosa de
serpientes enzarzadas en una lucha. Luego se separó en dos con un ruido parecido al
de una enorme pelea entre gatos. Una parte se alejó maullando por los tejados hacia
el mar y la segunda la persiguió gritando.
Algunos espectadores se retiraron al interior de sus casas. Sophie y Michael se
unieron al grupo de los más valientes que se dirigían cuesta abajo hacia el puerto. La
gente se arremolinaba a lo largo de la curva del malecón, para verlo mejor. Sophie se
acercó cojeando para colocarse allí también, pero no le hizo falta pasar de la caseta
del contramaestre del puerto. Se veían dos nubes suspendidas en el aire, mar
adentro, al otro lado del malecón; eran las únicas dos nubes en el tranquilo cielo azul.
Se las distinguía muy bien. También se veía perfectamente la mancha negra de la
tormenta que sacudía el mar bajo las nubes, levantando enormes olas con crestas
blancas. Un barco desafortunado estaba atrapado en la tempestad. Sus mástiles se
sacudían de un lado a otro mientras enormes chorros de agua se estrellaban contra
sus costados. La tripulación luchaba desesperadamente por arriar las velas, pero al
menos una se había desgarrado y volaba al viento hecha jirones.
-¡Es que no les importa lo que le pase al barco! -exclamó alguien indignado.
En ese momento el viento y las olas de la tormenta alcanzaron el malecón. El
agua espumosa saltó por encima y los valientes espectadores volvieron corriendo
hacia el puerto, donde los barcos allí atracados rozaban unos con otro y se
balanceaban contra sus amarres. En medio de todo aquello, se oyeron unas voces
cantarinas que gritaban. Sophie asomó la cabeza por el otro lado de la caseta en
dirección a las voces y descubrió que la tormenta de magia no solo había perturbado
al mar y al barco: un grupo de señoras mojadas y de aspecto resbaladizo con melenas
de pelo verdoso se arrastraba por el muro del malecón, gritando y echándole los
brazos largos y húmedos a otras señoras que oscilaban entre las olas. Todas tenían
una cola de pescado en lugar de piernas.
-¡Madre mía! -se asombró Sophie-. ¡Las sirenas de la maldición!
Aquello significaba que solo faltaban dos cosas imposibles por cumplirse.
Levantó la vista a las dos nubes. Howl estaba de rodillas sobre la nube de la
derecha, que era mucho más grande y estaba más cerca de lo parecía. Seguía vestido
de negro. Y, como era propio de él, estaba mirando por encima del hombro a las
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...