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-¿Y ahora qué pasa? -dijo Howl al entrar en la tienda. Se inclinó sobre el cubo


y lo olfateó-. Parece que tienes aquí un herbicida de lo más eficaz. ¿Por qué no lo


pruebas con las malas hierbas que crecen en el camino de la mansión?


-Pues sí -dijo Sophie-. ¡Tengo ganas de matar algo!


Trasteó por la tienda hasta encontrar una lata y avanzó a trancos por el castillo


con la lata y el cubo hasta llegar a la puerta, que abrió con el pomo apuntando hacia


el naranja, hacia la mansión.


Percival levantó la vista atemorizado. Le habían dado la guitarra, como se le da


un sonajero a un niño, y estaba sentado con ella haciendo un ruido horrible.


-Ve con ella, Percival -le dijo Howl-. Con ese genio que tiene, es capaz de


envenenar también a los árboles.


Así que Percival dejó la guitarra y con cuidado le quitó a Sophie el cubo de las


manos. Sophie salió al sol dorado de la tarde. Hasta ahora todos habían estado


demasiado ocupados para dedicarle tiempo a la mansión. Era mucho más imponente


de lo que Sophie había imaginado. Tenía una terraza sembrada de hierbajos con


estatuas alrededor y una escalinata que conducía al camino de entrada. Cuando


Sophie se dio la vuelta, para decirle a Percival que se diese prisa, vio que la casa era


muy grande y tenía más estatuas en el tejado y muchísimas ventanas. Pero estaba


muy abandonada. Alrededor de todas las ventanas las paredes estaban manchadas


de verdín. Muchos de los cristales estaban rotos y las contraventanas que deberían


haber estado plegadas contra la pared se veían grises, con la pintura descascarillada


y colgando de medio lado.


-¡Hay que ver! -dijo Sophie-. Creo que lo mínimo que podía hacer Howl es


convertir esto en un lugar un poco más presentable. ¡Pero no! ¡Está muy ocupado


con sus correrías en Gales! ¡No te quedes ahí parado, Percival! Echa un poco de esa


cosa en la lata y ven conmigo.


Percival obedeció sin rechistar. Así no tenía gracia mangonearle. Sophie


sospechaba que por eso lo había mandado Howl con ella. Rebufó y descargó su ira


contra las malas hierbas. Fuera lo que fuese aquello que había matado a los narcisos,


era muy fuerte. Los hierbajos del camino morían en cuanto los tocaba. Igual que la


hierba a ambos lados del sendero, hasta que Sophie se calmó un poco.


El atardecer la tranquilizó. De las colinas lejanas llegaba una brisa fresca y los


grupos de árboles plantados a los lados del camino se mecían majestuosamente.


Sophie había recorrido con su líquido mortal la cuarta parte de la distancia hasta la


puerta.


-Te acuerdas de mucho más de lo que dices -acusó a Percival mientras


rellenaba la lata-. ¿Qué es lo que quería de ti la bruja? ¿Por qué te trajo a la tienda


aquella vez?


-Quería averiguar algo sobre Howl -dijo Percival.


-¿Howl? -dijo Sophie-. Pero tú no lo conocías, ¿verdad?


-No, pero debía haber sabido algo. Algo relacionado con la maldición que le


había echado -explicó Percival-, pero no tengo ni idea qué era. Lo consiguió


cuando salimos de la tienda. Me sentí muy mal por ello. Había intentado evitar que

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora