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espantapájaros también lo hizo, con su pata plantada entre el brezo y los brazos
harapientos moviéndose de un lado y a otro como una persona preparada para
luchar. Los jirones de tela ondeaban al viento sobre sus brazos y parecía una
imitación disparatada de las mangas de Howl.
—¿Así que no te quieres ir? —preguntó Howl.
Y la cabeza de nabo osciló de derecha a izquierda. No se iría.
—Me temo que tendrás que marcharte —dijo Howl—. Le das miedo a Sophie, y
cualquiera sabe de qué será capaz si está asustada. Y ahora que lo pienso, también
me das miedo a mí.
Howl movió los brazos pesadamente, como si estuviera levantando un gran peso,
hasta elevarlos por encima de la cabeza. Gritó una palabra extraña, que quedó medio
oculta en el restallar de un trueno repentino, y el espantapájaros salió volando por
los aires. Se elevó hacia arriba y a lo lejos, con los harapos ondeando y agitando los
brazos a modo de protesta, hasta que no fue más que una mota en el aire, y luego un
punto que se desvaneció entre las nubes y se perdió de vista.
Howl bajó los brazos y se acercó a la puerta, secándose la cara con el dorso de la
mano.
—Retiro mis duras palabras, Sophie —dijo, jadeando—. Esa cosa era alarmante.
Puede que estuviera frenando el castillo durante todo el día de ayer. Poseía una de
las magias más poderosas que he visto nunca. ¿Qué era? ¿Lo que quedaba de la
última persona a la que le limpiaste la casa?
Sophie soltó una risita ronca. Su corazón se estaba comportando otra vez de
forma extraña.
Howl se dio cuenta de que le pasaba algo. Saltó dentro por encima de la guitarra,
la cogió por el codo y la sentó en la silla.
—¡Ahora tranquilízate!
Entonces algo ocurrió entre Howl y Calcifer. Sophie lo sintió, porque Howl la
estaba sujetando y Calcifer estaba todavía asomando la cara por la rejilla de la
chimenea. Fuera lo que fuese, su corazón empezó a comportarse debidamente casi
de inmediato. Howl miró a Calcifer, se encogió de hombros, y dio media vuelta para
darle a Michael un montón de instrucciones sobre cómo mantener a Sophie quieta el
resto del día. Luego cogió la guitarra y por fin se marchó.
Sophie se quedó en la silla fingiendo sentirse el doble de mal de lo que se sentía.
Tenía que esperar a que Howl se marchara. Era una molestia que él fuera también a
Upper Folding, pero como ella iría mucho más despacio, llegaría más o menos
cuando él iniciara el camino de vuelta. Lo más importante era que no se encontraran
por el camino. Observó a Michael en secreto mientras extendía el papel del conjuro y
se rascaba la cabeza al leerlo. Esperó hasta que sacó grandes libros de cuero de las
estanterías y empezó a tomar notas con aire frenético y deprimido. Cuando parecía
estar totalmente absorto, Sophie murmuró varias veces:
—¡Qué ambiente tan cargado!
Michael no la oyó.
—¡Es horrible lo cargado que está el ambiente! —insistió levantándose y

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora