castillo. Disfrutaba. Diciéndose que estaba buscando pistas, lavó las ventanas, limpió el lavadero y obligó a Michael a quitar todas las cosas de la mesa y los estantes para restregarlos bien. Sacó todas las cosas de los armarios y las que estaban sobre las vigas del techo y también las limpió. Le pareció que la calavera humana empezaba a tener la misma cara de sufrimiento que Michael, de tantas veces como la había movido. Luego colgó una sábana vieja de las vigas más cercanas a la chimenea y le obligó a Calcifer a inclinar la cabeza para limpiar la chimenea. A Calcifer no le gustó nada. Crepitó con una risa malvada cuando Sophie descubrió que el hollín se había extendido por toda la habitación y tuvo que limpiarla de nuevo. Su problema era justamente ese: era implacable con la suciedad, pero le faltaba método. Aunque su tenacidad también tenía cierto método; había calculado que si lo limpiaba todo bien, antes o después terminaría por encontrar el tesoro de Howl, las almas de las jovencitas, o sus corazones mordisqueados, o algo que explicara el contrato de Calcifer. Le pareció que la chimenea, protegida por Calcifer, era un buen escondite. Pero allí no había nada más que montones de hollín, que Sophie guardó en bolsas en el patio trasero. El patio estaba también en su lista de posibles escondrijos. Cada vez que entraba Howl, Michael y Calcifer se quejaban en voz alta sobre Sophie. Pero Howl no parecía hacerles caso. Ni tampoco parecía notar la limpieza. Y tampoco que el armario de la comida estaba cada vez mejor surtido de pasteles, mermelada y alguna lechuga de vez en cuando. Porque, como Michael había profetizado, se había extendido el rumor en Porthaven y la gente llamaba a la puerta para ver a Sophie. En Porthaven la llamaban señora Bruja y Madame Hechicera en Kingsbury. El rumor había llegado también a la capital. Aunque los que se acercaban en Kingsbury iban mejor vestidos que los de Porthaven, nadie en ninguno de los dos sitios se atrevía a llamar a la puerta de una persona tan poderosa sin una excusa. Así que Sophie tenía que hacer constantemente pausas en su trabajo para asentir, sonreír y aceptar un regalo, o hacer que Michael preparara rápidamente un conjuro para alguien. Algunos de los regalos eran muy bonitos: cuadros, collares de conchas y delantales. Sophie usaba los delantales a diario y colgó las conchas y los cuadros en las paredes de su cubículo bajo las escaleras, que pronto empezó a parecerle realmente acogedor. Sophie sabía que lo echaría de menos cuando Howl la despidiera. Cada vez tenía más miedo de que lo hiciese. Sabía que no podría seguir ignorándola para siempre. Lo siguiente que limpió fue el cuarto de baño. Tardó varios días porque Howl pasaba muchísimo tiempo dentro todas las mañanas antes de salir. En cuanto se marchaba él, dejándolo lleno de vaho y conjuros perfumados, entraba Sophie. -¡Ahora veremos qué hay de ese contrato! -murmuró en el baño, pero su objetivo fundamental era, naturalmente, el estante de paquetes, tarros y tubos. Los cogió uno por uno, con el pretexto de limpiar la estantería, y pasó casi todo el día examinándolos cuidadosamente para ver si los que tenían el letrero PIEL, OJOS y PELO eran en realidad pedazos de las desventuradas jovencitas. Pero por lo que vio, no eran más que cremas, polvos y pintura. Si en otros tiempos fueron niñas, Howl habría usado el tubo PARA EL DETERIORO y las habría deteriorado de tal forma
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...