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-¿Qué pasa aquí? -gimió Sophie cuando la tercera pareja pasó corriendo a su


lado, haciendo temblar las piedras bajo sus patas.


-Son ilusiones -dijo la voz de Michael que salía del caballo-. Al menos


algunos. Ambos están intentando engañar al otro para que persigan al animal que


no es.


-¿Y quién es quién? -preguntó Sophie.


-Ni idea -dijo el caballo.


Para algunos de los espectadores, los monstruos eran demasiado aterradores.


Muchos se metieron en sus casas. Otros saltaron a sus barcos para llevárselos del


puerto. Sophie y Michael se unieron al grupo más grande que salió a las calles de


Porthaven persiguiendo a los monstruos. Primero siguieron un río de agua marina,


luego unas enormes huellas húmedas de garras y por fin los surcos y arañazos


blancos que las dos criaturas habían hecho en el empedrado. Así llegaron al otro lado


de la ciudad, a los pantanos donde Sophie y Michael había intentado cazar a la


estrella fugaz.


Para entonces las seis criaturas eran apenas seis puntos negros que se


desvanecían en el horizonte. La multitud se dispersó formando una línea desigual en


la linde de los pantanos, mirando a lo lejos, deseando ver algo más y al mismo


tiempo asustados por lo que pudieran presenciar. Al cabo de un rato no se veía más


que la llanura vacía. No pasaba nada. Varias personas ya se habían dado la vuelta


para irse, cuando todos los demás gritaron: «¡Mirad!». Una bola de fuego pálido


rodaba perezosamente en la distancia. Tenía que ser enorme. El ruido de la explosión


alcanzó a los espectadores cuando la bola ya se había desvanecido en una torre de


humo. Todo se encogieron al sentir la onda expansiva del trueno. Observaron cómo


la torre se disipaba hasta desdibujarse entre la niebla de los pantanos. Después de


eso, siguieron mirando, pero lo único que percibieron fue el silencio y la


tranquilidad. El viento agitaba los juncos y los pájaros se atrevieron a piar otra vez.


-Me parece a mí que se han destruido el uno al otro -decía la gente. De la


multitud se fueron desgajando gradualmente figuras separadas que se alejaron


apresuradamente a los respectivos trabajos que habían abandonado a la mitad.


Sophie y Michael esperaron hasta el final, cuando quedó claro que todo había


terminado. Regresaron muy despacio hacia Porthaven. A ninguno le apetecía hablar.


Solo el perro-hombre parecía contento. Trotaba a su lado tan alegre que Sophie supo


que estaba convencido de que Howl había sucumbido. Se sentía tan a gusto que


cuando tomaron la calle donde estaba la casa de Howl y vieron un gato callejero


cruzando la calzada, el perro-hombre lanzó un aullido de placer y salió corriendo


tras él. Lo persiguió sin tregua hasta la puerta del castillo, donde el gato se dio la


vuelta y lo miró con chispas en los ojos.


-¡Fueraaaa! -maulló-. ¡Esto es lo último que me faltaba!


El perro retrocedió, con aspecto avergonzado.


Michael corrió hacia la puerta.


-¡Howl! -gritó.


El gato se encogió hasta convertirse en un gatito, con aspecto de sentir m

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora