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-Antes de que preguntes -dijo Howl-, en realidad no es más que un establo


vacío. Por aquí.


Recorrieron las calles con un aspecto tan elegante como cualquiera de los


moradores de la ciudad. La verdad es que no había mucha gente. Kinsgbury estaba


muy al sur y hacía un día terriblemente caluroso. El empedrado brillaba al sol.


Sophie descubrió otro inconveniente de la vejez: uno se siente muy extraño cuando


hace mucho calor. Los grandiosos edificios temblaban ante sus ojos. Eso le molestaba


porque quería verlo todo, pero lo único que consiguió distinguir fue una impresión


borrosa de cúpulas doradas y casas altas.


-Por cierto -dijo Howl-, la señora Pentstemmon te llamará señora Pendragon.


Con ese apellido me conocen aquí.


-¿Y eso por qué? -preguntó Sophie.


-Para disimular -dijo Howl-. Pendragon es un apellido precioso, mucho


mejor que Jenkins.


-Pues a mí me va muy bien con un nombre sencillo -dijo Sophie mientras


tomaban una calle estrecha y agradablemente fresca.


-No lo dudo -dijo Howl.


La casa de la señora Pentstemmon era alta y elegante y estaba hacia el final de la


calleja. A los lados de la hermosa puerta principal había dos naranjos plantados en


tiestos. Les abrió un anciano mayordomo vestido de terciopelo negro, que les


condujo a un recibidor fresco con suelo de mármol blanco y negro, donde Michael


intentó limpiarse el sudor de la cara discretamente. Howl, que siempre parecía estar


fresco, trató a aquel hombre como si fueran viejos amigos y bromeó con él.


El mayordomo los dejó con un paje vestido de terciopelo rojo. Mientras los


conducían ceremoniosamente por una escalera lustrosa, Sophie comenzó a entender


por qué aquello era una buena práctica antes de reunirse con el Rey. Ya se sentía


como si estuviera en un palacio. Cuando el joven les hizo pasar a una salita en


penumbra, le pareció que ni siquiera un palacio podría ser tan elegante. Todo era


azul, dorado y blanco, pequeño y elegante. La señora Pentstemmon era lo más


elegante de todo. Era alta y delgada y estaba sentada muy derecha en una silla


tapizada de azul y dorado. Una mano estaba cubierta por un mitón calado de seda


dorada, y la apoyaba sobre un bastón con empuñadura de oro. Vestía sedas doradas,


de estilo muy formal y pasado de moda, y portaba un tocado de oro viejo que


parecía una corona, atado con un gran lazo bajo el rostro demacrado y aguileno. Era


la señora más elegante e imponente que Sophie había visto en su vida.


-Ah, mi querido Howell -dijo, ofreciéndole la mano con el mitón dorado.


Howl se inclinó y la besó, como obviamente se esperaba de él. Aunque su gesto


fue de lo más elegante, lo estropeó por la espalda, desde donde se veía cómo agitaba


furiosamente la otra mano. Michael, un poco tarde, se dio cuenta de que debía


colocarse en la puerta junto al paje. Se retiró hacia allá a toda prisa, feliz de


encontrarse tan lejos de la señora Pentstemmon como le fuera posible.


-Señora Pentstemmon, permítame que le presente a mi anciana madre


-intervino Howl, señalando en dirección a Sophie. Como Sophie se sentía igual que

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora