Los bloques alrededor de la puerta crujieron y rozaron unos contra otros. Los brezos verdes y pardos pasaban a toda j velocidad. El brazo de palo del espantapájaros golpeó la puerta y arañó el muro del castillo cuando este lo dejó atrás. Entonces movió el otro brazo como si quisiera agarrarse a la piedra. Tenía toda la intención de meterse en el castillo. Sophie cerró la puerta de golpe. Pensó en lo estúpida que había sido al intentar buscar fortuna. Se trataba del mismo espantapájaros que había colocado en el seto, cuando iba de camino al castillo. Había bromeado con él. Y ahora, como si sus bromas lo hubieran devuelto a la vida para hacer el mal, la había seguido hasta allí y había intentado tocarle la cara. Corrió a la ventana para ver si aquella cosa seguía intentando colarse en el castillo. Naturalmente, lo único que vio fue el sol que lucía en Porthaven, con una docena de velas que se izaban en sendos mástiles más allá de los tejados, y una bandada de gaviotas volando en círculos bajo el cielo azul. -¡Ese es el problema de hallarse en varios sitios al mismo tiempo! -dijo Sophie a la calavera que estaba sobre la mesa. Y entonces, de repente, descubrió la verdadera desventaja de ser una anciana. El corazón le dio un brinco con un ligero aleteo, y parecía golpearle el pecho intentando salir. Le dolía. Todo el cuerpo le empezó a tiritar y las rodillas le temblaban. Pensó que quizá se estuviera muriendo. Lo único que pudo hacer fue llegar a la silla junto al fuego. Se sentó jadeante, llevándose las manos al pecho. -¿Te pasa algo? -preguntó Calcifer. -Sí. Mi corazón. ¡Había un espantapájaros en la puerta! -exclamó Sophie. -¿Qué tiene que ver un espantapájaros con tu corazón? -preguntó Calcifer. -Estaba intentando entrar. Me ha dado un susto terrible. Y mi corazón... ¡pero tú no lo entenderías, eres un demonio, jovenzuelo! -jadeó Sophie-. Tú no tienes corazón. -Sí que tengo -replicó Calcifer, con tanto orgullo como cuando le había enseñado el brazo-. Está ahí abajo, en la parte que brilla entre los troncos. Y no me llames jovenzuelo. ¡Soy un millón de años mayor que tú! ¿Puedo reducir ya la ve-locidad del castillo? -Solo si se ha ido el espantapájaros -dijo Sophie-. ¿Se ha ido? -No lo sé -dijo Calcifer-. No es de carne y hueso. Ya te he dicho que no puedo ver lo que hay fuera. Sophie se levantó y se acercó de nuevo a la puerta, sintiéndose enferma. La abrió despacio y con precaución. Por la puerta pasaron a toda velocidad pendientes verdes, rocas y prados morados, lo que la mareó, pero se agarró al marco de la puerta y se asomó para mirar a lo largo de la pared hacia los brezos que iban dejando atrás. El espantapájaros estaba a unos cincuenta metros de ellos. Saltaba de una mata de brezo a otra con siniestra determinación, con los brazos de palo extendidos para no perder el equilibrio en la ladera. Mientras Sophie lo observaba, el castillo le sacó más ventaja. Era lento, pero aún los seguía. Cerró la puerta. -Sigue ahí -dijo-. Saltando detrás de nosotros. Ve más dep
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...