Michael corría detrás de Sophie gritando: «¡Estáte quieta! ¡Te vas a poner mala!».
Entonces el perro salió disparado hacia una esquina de la casa. Michael se dio cuenta
de que la única manera de hacer parar a Sophie era atrapar al perro. Se lanzó en
diagonal sobre las flores y torció la esquina detrás del animal, al que agarró por su
denso pelaje, justo cuando llegaba al huerto en la parte trasera de la casa.
Sophie caminaba despacio y se encontró con Michael que tiraba del perro hacia
atrás, haciéndole unas muecas tan extrañas que al principio pensó que estaba
enfermo. Pero sacudió la cabeza tantas veces en dirección al manzanal que se dio
cuenta de que estaba intentando decirle algo. Sophie asomó la cabeza, esperando ver
una nube de abejas.
Allí se encontraba Howl con Lettie. Estaban entre un grupo de manzanos
musgosos en flor, y a lo lejos se distinguía una hilera de colmenas. Lettie estaba
sentada en una silla blanca de jardín y Howl se inclinaba sobre una rodilla a sus pies,
cogiéndole la mano con expresión noble y apasionada. Lettie le sonreía
amorosamente. Pero, para Sophie, lo peor de todo era que Lettie no tenía en absoluto
la cara de Martha. Era ella misma con toda su belleza. Llevaba un vestido con los
mismos rosas y blancos de las flores de los manzanos, su pelo oscuro caía en una
cascada de rizos resplandecientes sobre un hombro y sus ojos brillaban de devoción
mirando a Howl.
Sophie escondió la cabeza y miró desesperada a Michael, que sujetaba al perro
quejumbroso.
La señora Fairfax los alcanzó, jadeando mientras intentaba colocarse bien una de
las trenzas de su pelo mantequilla.
—¡Qué perro más malo! —le dijo al collie con un murmullo feroz—. ¡Si vuelves a
hacer eso te pondré un conjuro! —el perro parpadeó y se agachó. La señora Fairfax
lo señaló severamente con un dedo—. ¡A casa! ¡Quédate dentro! —el perro se
sacudió de las manos de Michael y regresó a casa cabizbajo—. Muchas gracias —le
dijo a Michael mientras lo seguían—. No deja de intentar morder a la visita de Lettie.
¡Adentro! —gritó con severidad en el jardín principal, cuando el collie parecía estar
pensando en rodear la casa y llegar al jardín por el otro lado. El perro le lanzó una
mirada desconsolada por encima del hombro y se arrastró lastimeramente al interior
atravesando el porche.
—Puede que el perro tenga razón —dijo Sophie—. Señora Fairfax, ¿sabe quién es
el visitante de Lettie?
La señora Fairfax soltó una risita.
—El mago Pendragon, o Howl, o como quiera que se haga llamar —respondió—.
Pero Lettie y yo no le hemos dicho que lo sabemos. Me hizo gracia cuando apareció
la primera vez, diciendo que se llamaba Sylvester Oak, porque me di cuenta de que
se había olvidado de mí. Yo me acordaba de él, aunque solía tener el pelo negro en
su época de estudiante —dijo la señora Fairfax, que se había cruzado de brazos y
estaba muy tiesa, lista para pasarse todo el día hablando, como Sophie la había visto
hacer tantas veces—. Fue el último alumno de mi tutora, antes de que se retirara.
Cuando el señor Fairfax todavía vivía, le gustaba que nos transportáramos a
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...