7/2

213 27 0
                                    

-¡Y te crees que así se arregla todo! -gruñó Sophie mientras se cerraba la puerta. Pero su sonrisa había conseguido suavizarla-. ¡Si esa sonrisa funciona conmigo, no me extraña que la pobre Martha no sepa lo que hace! -Necesito otro tronco antes de que te vayas -le recordó Calcifer. Sophie le puso otro tronco en la bandeja. Luego se volvió hacia la puerta. Pero entonces Michael bajó corriendo las escaleras y cogió lo que quedaba de una barra de pan de camino a la puerta. -¿No te importa, verdad? -dijo de forma agitada-. Traeré una nueva cuando vuelva. Hoy tengo que hacer una cosa muy urgente, pero volveré por la noche. Si el capitán del barco pide su conjuro para los vientos, está en el extremo de la mesa, con el nombre puesto -hizo girar el pomo con el verde hacia abajo y saltó a la ladera ventosa, apretando el trozo de pan contra el estómago-. ¡Hasta luego! -gritó mientras el castillo seguía avanzando y la puerta se cerraba. -¡Qué lata! -se quejó Sophie-. Calcifer, ¿cómo se abre la puerta desde fuera cuando no hay nadie en el castillo? -A Michael o a ti os la abro yo. Howl lo hace él mismo -contestó Calcifer. Así que nadie se quedaría sin poder entrar si ella salía. No estaba segura de querer regresar, pero no tenía intención de decírselo a Calcifer. Le dio a Michael tiempo para que llegara a donde fuera que se dirigiese y volvió a encaminarse a la puerta. Esta vez la detuvo Calcifer. -Si vas a estar mucho tiempo fuera -dijo-, podrías dejarme unos troncos donde los pueda alcanzar. -¿Puedes cogerlos tú solo? -preguntó Sophie, intrigada a pesar de su impaciencia. Como respuesta, Calcifer estiró una llamarada azul en forma de brazo terminada en varias llamitas que parecían dedos verdes. No era ni muy larga ni tenía aspecto fuerte. -¿Ves? Casi llego a las piedras -dijo con orgullo. Sophie apiló unos troncos delante de la bandeja para que pudiera coger, al menos el que estaba arriba. -No los quemes hasta que no los tengas sobre la bandeja -le advirtió, y se dirigió a la puerta una vez más Entonces, alguien llamó a la puerta antes de que llegara. «Menudo día», pensó Sophie. Debía de ser el capitán. Levantó la mano para girar el taco con el azul hacia abajo. -No, es la puerta del castillo -dijo Calcifer-. Pero no estoy seguro... Entonces sería Michael, que había regresado por algún motivo, pensó Sophie mientras abría la puerta. Una cara de nabo le hizo una mueca. Olía a moho. Recortándose contra el cielo azul, un brazo maltrecho que terminaba en el muñón de un palo dio media vuelta e intentó agarrarla. Era el espantapájaros. Solo estaba hecho de palos y harapos, pero estaba vivo y quería entrar. -¡Calcifer! -gritó Sophie-. ¡Haz que el castillo vaya más deprisa!

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora