5/2

284 41 0
                                    

Sophie se rió un poco para sus adentros, sin arrepentirse lo más mínimo. Probablemente había permitido que la escoba que estaba utilizando le diera ideas. Pero también podría convencer a Howl para que la dejara quedarse si todo el mundo pensaba que trabajaba para él. Su comportamiento le parecía muy raro. Cuando era joven, Sophie se habría muerto de vergüenza al ver cómo estaba actuando, pero ahora, al ser una anciana, no le importaba nada de lo que hacía o decía. Sintió un gran alivio. Cuando vio a Michael levantar una piedra del hogar y esconder la moneda de la niña debajo, se acercó con curiosidad. -¿Qué estás haciendo? -Calcifer y yo intentamos guardar un poco de dinero -dijo Michael en tono culpable-. Si no, Howl se gasta todo lo que tenemos. -¡Es un manirroto irresponsable! -crepitó Calcifer-. Se gastará el dinero del Rey en menos tiempo de lo que tardo yo en quemar este tronco. No tiene cabeza. Sophie esparció agua del lavadero para que el polvo se asentara, lo que hizo que Calcifer se encogiera en la chimenea. Luego volvió a barrer el suelo. Fue avanzando en dirección a la puerta, para ver mejor el pomo cuadrado del dintel. El cuarto lado, el que todavía no había visto usar, tenía una mancha de pintura negra. Preguntándose adonde conduciría, Sophie se puso a retirar con energía las telarañas de las vigas. Michael se quejó y Calcifer volvió a estornudar. Justo en ese momento, Howl salió del baño envuelto en un vaho perfumado, con una elegancia extraordinaria. Hasta los bordados de plata del traje parecían más brillantes. Echó un vistazo y volvió rápidamente al cuarto de baño protegiéndose la cabeza con una manga azul y plateada. -¡Párate quieta, mujer! -dijo-. ¡Deja en paz a esas pobres arañas! -¡Estas telarañas son una vergüenza! -declaró Sophie, mientras las desgarraba todas a la vez. -Pues quítalas, pero deja las arañas -ordenó Howl. A Sophie le pareció que sentía una simpatía malvada por las arañas. -Pero entonces tejerán más telas -replicó. -Y matan a las moscas, lo cual es muy útil -dijo Howl-. Deja de mover la escoba mientras cruzo mi propio salón, por favor. Sophie se apoyó en la escoba y observó cómo Howl cruzaba la habitación y cogía la guitarra. Cuando puso la mano en el picaporte, le dijo: -Si la mancha roja conduce a Kingsbury y la azul va a Porthaven, ¿adonde lleva la mancha negra? -¡Qué mujer más fisgona! -dijo Howl-. Esa conduce a mi escondite particular y no te voy a decir dónde está. Abrió la puerta hacia las colinas que se deslizaban en perpetuo movimiento. -¿Gol, cuándo volverás? -preguntó Michael en un tono un poco desesperado. Howl fingió no haberle oído y se dirigió a Sophie. -Prohibido matar a una sola araña mientras estoy fuera. La puerta se cerró a sus espaldas. Michael le lanzó a Calcifer una mirada cargada

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora