dos Letties antes de que volvieran a cambiar de imagen. Era más honrado así. Pero
cuando Michael trajo las botas del armario, Sophie empezó a tener sus dudas. Hasta
ahora los había tomado por cubos de cuero que de alguna forma habían perdido el
asa y se habían deformado ligeramente.
—Tienes que meter dentro el pie, con zapato y todo —explicó Michael mientras
se acercaba a la puerta con los dos objetos pesados en forma de cubo—. Son los
prototipos de las botas que Howl hizo para el ejército del Rey. Conseguimos que los
últimos modelos fueran más ligeros.
Se sentaron en el escalón de la entrada y metieron un pie cada uno en una bota.
—Colócate mirando hacia Upper Folding antes de poner la bota en el suelo —le
advirtió Michael. Se levantaron sobre el pie que tenía el zapato normal y a la pata
coja se giraron con cuidado hasta ponerse de cara a Upper Folding—. Ahora da un
paso —dijo Michael.
¡Zas! El paisaje pasó a su lado tan rápidamente que era solo una mancha, la tierra
gris verdosa, el cielo azul grisáceo.
El aire le tiró a Sophie del pelo y le estiró todas las arrugas de la cara hacia atrás,
tanto que creyó que llegaría con la mitad de la cara detrás de cada oreja.
El viento se detuvo tan repentinamente como había comenzado. El día era
tranquilo y soleado y se encontraron rodeados de flores amarillas, en medio del
prado comunal de Upper Folding. Una vaca que pastaba cerca los miró. Un poco
más lejos se veían tranquilas casitas con tejados de paja bajo los árboles.
Desgraciadamente, la bota con forma de cubo era tan pesada que Sophie se tambaleó
al aterrizar.
—¡No pongas el pie en el suelo! —gritó Michael, demasiado tarde.
Volvieron a sentir otro borrón a toda velocidad y más viento huracanado.
Cuando se detuvo, Sophie se encontró en el valle de Folding, casi en los pantanos
—¡Vaya, hombre! —dijo. Dio unos saltos a la pata coja y volvió a probar.
¡Zas! La mancha otra vez. Y estaba de nuevo en el prado de Upper Folding,
inclinándose hacia adelante por el peso de la bota. Vio de refilón a Michael que se
lanzaba como una bala para atraparla.
¡Zas! Mancha.
—¡Qué fastidio! —se quejó Sophie. Otra vez estaba en las colinas. La silueta
torcida del castillo se paseaba pacíficamente por allí cerca. Calcifer se estaba
entreteniendo soplando anillos de humo por una de las torres. Fue lo único que vio
Sophie antes de que se le enredara el zapato entre el brezo y tropezara una vez más.
¡Zas! ¡Zas! Esta vez Sophie visitó rápidamente la plaza del mercado en Market
Chipping y el jardín principal de una gran mansión.
—¡Caramba! —gritó—. ¡Maldición!
Solo le dio tiempo para pronunciar una palabra en cada sitio, y de nuevo se
encontró viajando por su propio impulso. Con otro ¡zas!, aterrizó en un prado, en
algún lugar del fondo del valle. Un gran toro castaño levantó su nariz anillada de la
hierba y bajó los cuernos con claras intenciones.
—¡Si ya me iba, querido animal! —gritó Sophie, saltando frenéticamente a la pata
ESTÁS LEYENDO
EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...