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-¿Algo de comer? -preguntó Sophie. -No -dijo Howl-. Agua caliente en el baño, Calcifer -se quedó pensativo en la puerta del baño un momento-. Sophie, ¿por casualidad no habrás ordenado el estante de conjuros de aquí dentro? Sophie se sintió más tonta que nunca. Por nada del mundo hubiera admitido que había rebuscado en todos aquellos paquetes y tarros buscando pedazos de jovencitas. -No he tocado nada -contestó virtuosamente mientras se dirigía a buscar la sartén. -Espero que sea verdad -le dijo--Está usando mucha agua caliente -dijo Calcifer desde debajo de la sartén-. Creo que se está tiñendo el pelo. Espero que no tocaras los conjuros del pelo. Para tratarse de un hombre normal y corriente con el pelo color barro, es muy pío sumido. -¡Cállate ya! -replicó Sophie-. ¡He dejado cada cosa en su sitio! Estaba tan enfadada que vertió los huevos y el beicon sobre Calcifer. Calcifer, naturalmente, se los comió con gran entusiasmo y muchas llamaradas y lametones. Sophie frió más sobre el chisporroteo de las llamas. Michael y ella se los comieron. Estaban recogiendo, mientras Calcifer se pasaba la lengua azul por los labios morados, cuando la puerta del baño se abrió con gran estruendo y Howl salió aullando de desesperación. -¡Mirad esto! -gritó-. ¡Mirad esto! ¿Qué ha hecho con mis conjuros este desastre de mujer? Sophie y Michael dieron media vuelta y miraron a Howl. Tenía el pelo mojado, pero, aparte de eso, ninguno de los dos veía ninguna diferencia. -Si te refieres a mí... -empezó Sophie. -¡Claro que me refiero a ti! ¡Mira! -aulló Howl. Se sentó de golpe sobre la banqueta y se apuntó a la cabeza mojada con el dedo-. Mira. Estudia. Inspecciona. ¡Es una ruina! ¡Parezco una sartén de huevos con beicon! Michael y Sophie se inclinaron nerviosos sobre la cabeza de Howl. Parecía del mismo color rubio claro de siempre hasta la raíz. La única diferencia podría haber sido una sombra ligera, muy ligera, de rojo. A Sophie le gustó. Le recordó un poco al color que debería tener su propio pelo. -A mí me parece muy bonito -dijo. -¡Bonito! -gritó Howl-. ¡Cómo no! Lo has hecho a propósito. No podías descansar hasta hacerme sufrir a mí también. ¡Míralo! ¡Es color zanahoria!. ¡Tendré que esconderlo hasta que me haya crecido! -extendió los brazos dramáticamente-. ¡Desesperación! -gritó-. ¡Angustia! ¡Horror! La habitación se volvió más oscura. En las cuatro esquinas aparecieron unas enormes formas de aspecto humano avanzando hacia Sophie y Michael y aullando. Los gritos comenzaron como gemidos horrorizados, se convirtieron en berridos

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora