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siempre a la chimenea cada vez que Sophie y Michael entraban con flores frescas.
—Quiero ver cómo es ahí fuera —dijo. Sophie le trajo hojas aromáticas para
quemar, con lo que la sala olía tan bien como el cuarto de baño, pero Calcifer dijo que
lo que quería de verdad era compañía. Ellos se iban todo el día a la tienda y lo
dejaban solo.
Así que cada mañana Sophie dejaba solo a Michael en la tienda una hora
mientras ella iba a hablar con Calcifer y se inventaba acertijos para mantenerle
entretenido cuando ella estaba ocupada. Pero Calcifer seguía descontento.
—¿Cuándo vas a romper mi contrato con Howl? —le preguntaba cada vez más a
menudo.
Y Sophie le daba largas.
—Estoy en ello —le decía—. Ya no falta mucho.
Aquello no era del todo cierto. Sophie había dejado de pensar en ello, si podía
evitarlo. Al relacionar lo que le había comentado la señora Pentstemmon con lo que
Howl y Calcifer le habían dicho, se le ocurrieron algunas ideas concretas y terribles
sobre ese contrato. Estaba segura de que romperlo significaría la muerte para los dos.
Puede que Howl lo mereciera, pero Calcifer no. Y como parecía que Howl estaba
esforzándose mucho para escaparse del resto de la maldición de la bruja, Sophie solo
quería ayudar.
A veces le parecía que era el perro-hombre el que la desanimaba. Era una
criatura tan patética. El único momento en que lo veía divertirse era cuando corría
por la hierba entre los arbustos cada mañana. Durante el resto del día, seguía a
Sophie con expresión lúgubre, suspirando profundamente. Como tampoco podía
hacer nada por él, se alegró cuando el tiempo se fue haciendo más caluroso a medida
que se acercaba el día del solsticio y el perro-hombre se limitaba a tumbare a la
sombra del patio, jadeante.
Mientras tanto, las raíces que había plantado Sophie se estaban volviendo
bastante interesantes. La cebolla se había convertido en una pequeña palmera y daba
frutos con olor a cebolla. Otra raíz creció hasta volverse una especie de girasol rosa.
Había una que tardaba mucho en crecer. Cuando por fin brotaron dos hojas verdes,
Sophie estaba impaciente por ver en qué se transformaría. Al día siguiente parecía
que podría ser una orquídea. Tenía hojas puntiagudas con motas malvas y un tallo
largo que brotaba en medio de ellas con un capullo muy grande. Al día siguiente,
Sophie dejó las flores frescas en un barreño con agua y corrió a la alcoba para ver
cómo evolucionaba.
El capullo se había abierto y se había convertido en una flor rosa parecida a una
orquídea escurrida. Era plana y se unía al tallo justo bajo una punta redondeada. De
un botón redondo y liso salían cuatro pétalos rosados, dos apuntando hacia abajo y
otros dos más o menos hacia arriba. Mientras Sophie la miraba, un intenso aroma a
flores primaverales le advirtió que Howl había entrado y estaba detrás de ella.
—¿Qué es esto? —preguntó—. Si esperabas una violeta ultravioleta o un geranio
infrarrojo, te ha salido mal, Doña Científica Loca.
—A mí me parece una flor de esas que tienen como un hombrecillo en la raíz

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora