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Mientras tanto, Howl no dejaba de aparecer, envuelto en su colcha y levantando


una polvareda, para hacer preguntas y anunciar cosas, casi siempre para halagar a


Sophie.


-Sophie, como has encalado todas las paredes y has cubierto las marcas que


hicimos cuando inventamos el castillo, ¿serías tan amable de decirme dónde estaban


las marcas de la habitación de Michael?


-No -dijo Sophie, cosiendo el septuagésimo triángulo azul-. No sé dónde


estaban.


Howl estornudó pesarosamente y se retiró. Al poco volvió a aparecer.


-Sophie, si compramos esa tienda, ¿qué venderíamos?


A Sophie le pareció que ya estaba harta de sombreros.


-Nada de sombreros -dijo-. Ya sabes que se puede comprar la tienda, pero


no el negocio.


-Concentra tu malvada mente en este asunto -dijo Howl-. O piensa un poco,


si es que sabes.


Y volvió a marcharse escaleras arriba. A los cinco minutos, volvió a bajar.


-Sophie, ¿tienes alguna preferencia sobre las otras entradas? ¿Dónde te gustaría


que viviéramos?


Sophie pensó inmediatamente en la casa de la señora Fairfax.


-Me gustaría una casa bonita con muchas flores -dijo.


-Ya veo -dijo Howl, y volvió a marcharse.


Cuando apareció ya se había vestido. Según los cálculos de Sophie, aquella era la


tercera vez. No le dio importancia hasta que Howl se puso la capa de terciopelo que


había usado Michael y se convirtió en un hombre barbudo, pelirrojo y pálido, que se


llevaba un gran pañuelo rojo a la nariz y tosía. Se dio cuenta de que Howl iba a salir.


-Te vas a poner peor -le dijo.


-Me voy a morir y después lo sentiréis mucho -dijo el hombre barbudo, y salió


con el pomo señalando hacia el verde.


Michael tuvo tiempo de trabajar en su conjuro durante una hora. Sophie llegó a


su triángulo azul número ochenta y cuatro. Hasta que el hombre regresó, se quitó la


capa de terciopelo y se convirtió en Howl, que tosía con más fuerza que nunca y se


compadecía de sí mismo todavía más.


-He comprado la tienda -le dijo a Michael-. Tiene un cobertizo muy útil en la


parte de atrás y una casa al lado, y me he quedado con todo. Pero no tengo muy claro


con qué lo voy a pagar.


-¿Por qué no con el dinero que conseguirás si encuentras al príncipe Justin?


-preguntó Michael.


-Se te olvida -gimió Howl- que el propósito de esta operación es


precisamente no buscar al príncipe Justin. Vamos a desaparecer.


Y subió por las escaleras tosiendo hacia la cama, donde al poco tiempo empezó a


estornudar, haciendo temblar las vigas para llamar la atención.


Michael tuvo que dejar el conjuro y correr escaleras arriba.


Sophie hubiera ido, pero el perro-hombre se entrometía en su camino cada vez

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora