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«¡Tan alterado no estaría!», pensó Sophie. Aquella mañana Michael también se
marchó a Cesari. Hacía mucho calor. Las flores se marchitaban a pesar de sus
conjuros y no había mucha gente que quisiera comprar flores. Entre eso, la raíz de
mandrágora y el espantapájaros, Sophie estaba al límite. Se sentía totalmente
desolada.
—Puede que ya esté por aquí la maldición, lista para cazar a Howl —les dijo
suspirando a las flores—, pero creo que es por ser la mayor. ¡Miradme! Salía para
buscar fortuna y he terminado exactamente donde empecé, y sigo siendo tan vieja
como las colinas.
En ese momento el perro-hombre asomó su rojo hocico por la puerta hacia el
patio y lloriqueó. Sophie suspiró. No pasaba ni una hora sin que el bicho apareciera a
controlarla.
—Sí, estoy aquí —dijo—. ¿Dónde iba a estar?
El perro entró en la tienda. Se sentó y estiró las patas hacia adelante. Sophie se
dio cuenta de que estaba intentando convertirse en hombre. Pobre criatura. Intentó
portarse bien con él porque, al fin y al cabo, el animal estaba todavía peor que ella.
—Haz un esfuerzo —le dijo—. Concéntrate en la espalda. Puedes ser un hombre
si lo intentas.
El perro se estiró, enderezó la espalda y lo intentó con todas sus fuerzas. Y justo
cuando Sophie estaba segura de que o lo dejaba o se iba a caer hacia atrás, consiguió
levantarse sobre sus patas traseras y se irguió tomando forma de una hombre
pelirrojo con aspecto atormentado.
—Me da envidia... Howl —jadeó—. Lo hace... tan fácil. Yo era ese perro en la
cerca... tú ayudaste. Dije a Lettie, te conozco, te cuido. Estuve aquí, antes cuando... —
empezó a doblarse otra vez y a convertirse en perro y aulló de nuevo, ¡Con la bruja
en tienda! —aulló y se cayó sobre las manos, mismo tiempo que le crecía abundante
pelo gris y blanco.
Sophie se quedó mirando al gran perro lanudo que tenía delante.
—¡Estabas con la bruja! —dijo. Ahora lo recordó. El pelirrojo nervioso que la
había mirado con expresión de horror. ¿Entonces sabes quién soy y que estoy bajo un
conjuro? ¿Lo sabe Lettie también?
El perro asintió con la cabeza.
—Y te llamó Gastón —recordó Sophie—. ¡Ay, amigo, sí que te lo ha puesto difícil!
¡Todo ese pelo con este calor! Será mejor que te eches en algún sitio fresco.
El perro volvió a asentir con la cabeza y se alejó lastimeramente hacia el patio.
—¿Pero por qué te mandó Lettie? —se preguntó Sophie. Se sentía totalmente
desconcertada e intranquila por este descubrimiento. Subió las escaleras y atravesó
el armario de las escobas para hablar con Calcifer, pero no le sirvió de mucha ayuda.
—No importa cuánta gente sepa que estás bajo el poder de un conjuro —le dijo—.
Al perro no le ha ayudado mucho, ¿verdad?
—No, pero... —empezó Sophie, pero justo entonces se abrió la puerta del castillo.
Sophie y Calcifer se quedaron mirando. El pomo estaba todavía con el negro hacia
abajo, y esperaban encontrarse con Howl. Fue difícil de decir quién de los dos se

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora