5/6

256 39 0
                                    

-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó Howl al entrar el tercer día-. Parece que hay mucha más luz. -Sophie -dijo Michael, con la voz de un condenado. -Debería haberlo imaginado -comentó Howl mientras desaparecía en el baño. -¡Se ha dado cuenta! -susurró Michael a Calcifer-. ¡La chica debe estar rindiéndose al fin! Al día siguiente todavía seguía lloviendo en Porthaven. Sophie se ató el pañuelo sobre la cabeza, se remangó y se puso el delantal. Cogió la escoba, el cubo y el jabón y, en cuanto Howl salió por la puerta, se dirigió como un anciano ángel vengador a limpiar el cuarto de Howl.Lo había dejado para el final por temor a lo que pudiera encontrar allí. Ni siquiera se había atrevido a echarle una mirada. Lo cual era una tontería, pensó mientras subía las escaleras con dificultad. Para entonces ya tenía claro que Calcifer se encargaba de hacer toda la magia difícil del castillo y Michael todo el trabajo duro, mientras que Howl salía por ahí a divertirse persiguiendo a las chicas y explotando a los otros dos, igual que Fanny la había explotado a ella. Howl nunca le había parecido particularmente terrorífico. Y ahora no sentía más que desprecio hacia él. Llegó al rellano y se encontró con Howl en el umbral de su cuarto. Estaba apoyado indolentemente sobre una mano y le bloqueaba totalmente el paso. -Ni se te ocurra -le dijo en tono agradable-. Me gusta sucio, gracias. Sophie lo miró con la boca abierta. -¿De dónde has salido? Te he visto marcharte. -Eso ha sido para despistar -dijo Howl-. Ya has sido bastante mala con Calcifer y Michael. Era lógico que hoy me tocara el turno a mí. Y a pesar de lo que te haya dicho Calcifer, soy mago. ¿O es que creías que no podía hacer magia? Aquello echaba por tierra todas las teorías de Sophie, pero se habría muerto antes que admitirlo. -Todo el mundo sabe que eres mago, jovencito -declaró con severidad-. Pero eso no cambia el hecho de que tu castillo sea el lugar más mugriento que he visto en mi vida. Miró a la habitación más allá de la manga azul y plateada. La alfombra estaba tan sucia como el nido de un pájaro. La pintura se desprendía a tiras de las paredes y había una estantería llena de libros, algunos con aspecto extraño. No había ni rastro de los corazones mordisqueados, pero esos probablemente los guardaba debajo o detrás de la cama con dosel. La tela que colgaba de ella, de un blanco grisáceo, le impidió ver hacia dónde daba la ventana. Howl le pasó la manga por delante de la cara. -Eh, eh. No seas curiosa. -¡No soy curiosa! -dijo Sophie-. ¡Esa habitación...! -Sí, sí que eres curiosa -dijo Howl-. Eres una anciana horriblemente curiosa, terriblemente mandona y espantosamente limpia. Contrólate. Nos estás amargando

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora