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la vida a todos. -Pero esto es una pocilga -se quejó Sophie-. ¡No puedo evitar ser así! -Sí, sí que puedes -dijo Howl-. Y me gusta mi cuarto tal y como está. Tienes que admitir que tengo derecho a vivir en una pocilga si me apetece. Y ahora vete abajo y piensa en alguna otra cosa que hacer. Por favor. Odio discutir con la gente. Sophie no tuvo más remedio que alejarse con el cubo golpeándole contra la pierna. Estaba un poco impresionada y muy sorprendida de que Howl no la hubiera echado todavía del castillo. Pero como no lo había hecho, se puso a pensar en su próxima tarea. Abrió la puerta junto a las escaleras, vio que ya casi no llovía y avanzó hacia el patio, donde comenzó con energía a ordenar las pilas de trastos mojados. Se oyó un ruido metálico y Howl volvió a aparecer, tambaleándose ligeramente, en medio de la gran lámina de hierro herrumbroso que Sophie pensaba mover a continuación. -Y aquí tampoco -dijo-. Eres un peligro, ¿verdad? Deja tranquilo el patio. Sé exactamente dónde está cada cosa y si lo ordenas nunca encontraré los ingredientes que necesito para mis conjuros de transporte. Sophie pensó que probablemente habría un montón de almas en alguna parte, o una caja llena de corazones. Se sintió frustrada. -¡Pero estoy aquí precisamente para poner orden! -le gritó a Howl. -Pues entonces búscale un nuevo significado a tu vida -replicó Howl. Por un momento pareció que él también iba a perder los nervios. Sus ojos extraños y pálidos la miraron con intensidad. Pero se controló y añadió: -Vuelve dentro, vieja hiperactiva, y búscate otra cosa con que jugar antes de que me enfade. Odio enfadarme. Sophie cruzó los brazos delgaduchos. No le gustaba que le lanzaran miradas asesinas con ojos que parecían canicas de cristal. -¡Claro que odias enfadarte! -replicó-. No te gustan las cosas desagradables, ¿verdad? ¡Eres escurridizo como una anguila, eso es lo que eres! ¡Te escabulles de todo lo que no te gusta! Howl esbozó una sonrisa forzada. -Estupendo -dijo-. Ya conocemos cada uno los defectos del otro. Ahora vuelve adentro. Vamos. Media vuelta -avanzó hacia Sophie indicándole la puerta con la mano. La manga se le enganchó en el extremo del metal herrumbroso, dio un tirón y se le desgarró-. ¡Maldición! -exclamó Howl, sujetando los extremos de la manga-. ¡Mira lo que has hecho! -Puedo cosértelo -dijo Sophie. Howl le lanzó otra mirada vidriosa. -Ya estás otra vez. ¡Cómo te gusta la servidumbre! Cogió la manga con dos dedos de la mano derecha y los deslizó por el desgarrón. Tras pasar entre los dedos, la tela azul y plateada parecía como nueva. -Ya está -dijo-. ¿Entendido? Sophie volvió adentro escarmentada. Era evidente que los magos no necesitaban
trabajar como el resto de la gente. Y Howl le había demostrado que era un mago de cuidado. -¿Por qué no me echa? -se preguntó, a medias para sí misma y a medias para Michael. -Yo tampoco lo entiendo -dijo Michael-. Pero creo que se fía de Calcifer. Casi todos los que entran en casa o bien no lo ven o bien les da un miedo terrible

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora