17/3

119 14 0
                                    

encogiéndose por allá, reduciendo la altura del techo para que se ajustara a las vigas


bajas, hasta que los dos se fundieron en uno y se convirtieron de nuevo en la sala del


castillo, que ahora tal vez era un poco más alta y cuadrada que antes.


-¿Lo has conseguido, Calcifer? -tosió Howl.


-Creo que sí -respondió Calcifer, alzándose en la chimenea. No parecía


encontrarse peor tras el paseo en pala-. Pero será mejor que lo examines bien.


Howl se levantó ayudándose con la pala y abrió la puerta con la mancha amarilla


hacia abajo. Al otro lado estaba la calle de Market Chipping donde Sophie había


vivido desde niña. Había conocidos suyos dando su paseo de la tarde, antes de la


cena, como hacía tanta gente durante el verano. Howl asintió con la cabeza en


dirección a Calcifer, cerró la puerta, giró el pomo hacia la mancha naranja y volvió a


abrirla.


Ahora un camino ancho y cubierto de hierbas salía desde la puerta entre grupos


de árboles sobre los que caía el sol de la tarde con un efecto pintoresco. A lo lejos se


veía un imponente arco de piedra con estatuas encima.


-¿Dónde está esto? -preguntó Howl.


-En una mansión deshabitada al fondo del valle -dijo Calcifer en tono


defensivo-. Es esa casa bonita que me pediste que encontrara. Es muy elegante.


-No lo dudo -dijo Howl-. Espero que sus propietarios no nos den problemas


-dijo cerrando la puerta y girando el pomo hacia el púrpura-. Ahora vamos a ver


dónde está el castillo viajero -añadió mientras volvía a abrirla.


Allí casi había anochecido. Un viento cálido cargado de aromas variados entró


en la sala. Sophie vio pasar un seto de hojas oscuras, cargado con grandes flores


púrpuras. Se deslizó lentamente fuera de su vista y fue sustituido por un grupo de


campanillas pálidas y el reflejo del atardecer sobre el agua a lo lejos. El aroma era tan


agradable que Sophie había avanzado hacia la puerta sin darse cuenta.


-No, tu larga nariz se queda aquí hasta mañana -dijo Howl, cerrando la puerta


de golpe-. Esta parte está justo al borde del Páramo. Bien hecho, Calcifer. Perfecto.


Una casa hermosa y muchas flores, como te pedí.


Dejó la pala en el suelo y se fue la cama. Y debía de estar muy cansado, porque


esta vez no se oyeron gemidos ni quejidos ni gritos ni casi ningún golpe de tos.


Sophie y Michael también estaban cansados. Michael se dejó caer en la silla y se


puso a acariciar al perro-hombre, con la mirada perdida. Sophie se sentó en el


taburete, sintiéndose rara. Se habían trasladado. Era lo mismo pero distinto, muy


confuso. ¿Y por qué estaba ahora el castillo al borde del Páramo? ¿Sería que la


maldición atraía a Howl hacia la bruja? ¿O acaso Howl se había escabullido con


tanto ímpetu que se había dejado atrás a sí mismo y se había vuelto lo que la mayoría


de la gente llamaría honrado?


Sophie miró a Michael para ver qué estaba pensando, pero se había quedado


dormido, igual que el perro-hombre. Sophie observó entonces a Calcifer, que


llameaba adormilado entre los troncos sonrosados con los ojos naranjas casi cerrados.


Lo recordó latiendo completamente pálido, con los ojos blanquecinos, y luego con


expresión de terror cuando se balanceaba sobre la pala. Le recordó a algo. Su forma

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora