Capítulo 8

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“En el que Sophie deja el Castillo en varias
direcciones a la vez”
A LA MAÑANA SIGUIENTE , Sophie comprobó aliviada que Calcifer ardía radiante y
alegre. Si no estuviera harta de Howl, se habría sentido casi conmovida al advertir
cuánto se alegró el mago al ver a Calcifer.
—Pensé que esta mujer había acabado contigo, vieja bola de fuego —dijo Howl,
arrodillándose junto a la chimenea con las mangas de la camisa entre las cenizas.
—Solo estaba cansado —dijo Calcifer—. Parecía que el castillo se resistía, nunca
lo había llevado tan rápido.
—Bueno, pues no permitas que te obligue otra vez —advirtió Howl. Se puso de
pie, sacudiéndose con elegancia la ceniza de su traje gris y escarlata—. Empieza con
ese conjuro, Michael. Y si viene alguien de parte del Rey, le dices que estaré fuera por
asuntos privados hasta mañana. Voy a ver a Lettie, pero no hace falta que se lo
cuentes.
Cogió su guitarra y abrió la puerta con la mancha verde hacia abajo, hacia las
amplias y nubosas colinas.
El espantapájaros estaba allí otra vez. Cuando Howl abrió la puerta, se lanzó
hacia él de lado y lo alcanzó en el pecho con la cara de nabo. La guitarra emitió un
horrible tañido. Sophie soltó un gritito de terror y se agarró a la silla. Uno de los
brazos de palo del espantapájaros estaba moviéndose para agarrarse al marco de la
puerta. Por la forma en que Howl había afianzado los pies, estaba claro que le estaba
empujando con mucha fuerza. No había duda de que aquella cosa estaba decidida a
entrar en el castillo.
El rostro azul de Calcifer asomó por la chimenea. Michael estaba paralizado un
poco más lejos.
—¡Era verdad lo del espantapájaros! —dijeron los dos a la vez.
—¿Ah, sí? ¿En serio? —Howl jadeaba. Apoyó con un pie contra el marco de la
puerta y empujó. El espantapájaros salió volando de golpe hacia atrás y aterrizó con
un ligero crujido sobre los brezos, unos pasos más allá. Enseguida se puso de pie y se
acercó a saltos al castillo. Howl dejó apresuradamente la guitarra en el suelo y saltó
para encontrarse con él.
—No, no vas a entrar, amigo mío —dijo levantando una mano—. Vuelve al lugar
de donde hayas venido.
Avanzó despacio, todavía con la mano levantada. El espantapájaros se retiró un
poco, saltando lenta y temerosamente hacia atrás. Cuando Howl se detuvo, el

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora