capítulo 1 parte 7

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Vio cómo la gente se arremolinaba al otro lado del escaparate, con ropas de vivos
colores. Había vendedores de recuerdos y saltimbanquis caminando sobre zancos.
Sophie los contempló entusiasmada.
Pero cuando por fin se echó un chal gris sobre el vestido gris y salió a la calle, su
entusiasmo se desvaneció. Se sintió abrumada. Había demasiada gente corriendo a
su alrededor, riéndose y gritando, demasiado ruido y ajetreo. Sophie se sintió como
si los meses que había pasado sentada cosiendo la hubieran transformado en una
vieja o la hubieran dejado medio inválida. Se envolvió bien en el chal y avanzó
pegada a las casas, intentando evitar que los zapatos de domingo de la multitud la
pisaran o que le clavaran uno de aquellos codos cubiertos por larguísimas mangas
de seda. Cuando de repente se oyó una lluvia de explosiones en el aire, Sophie pensó
que se iba a desmayar. Levantó la vista y vio el castillo del mago Howl justo sobre la
ladera de la colina a las afueras de la ciudad, tan cerca que parecía apoyado sobre las
chimeneas. De las cuatro torres del castillo salían llamas azules despidiendo bolas de
fuego azul que explotaban en el cielo con un estruendo horrible. El mago Howl
parecía estar molesto por la fiesta. O tal vez estaba intentando participar, a su
manera. Sophie estaba tan aterrorizada que no le interesaba saber cuál era el motivo.
Se habría marchado a casa, pero para entonces ya estaba a mitad de camino hacia
Cesari. Echó a correr.
—¿Cómo se me ocurrió desear que mi vida fuese interesante? —se preguntó
mientras corría—. Me daría demasiado miedo. Eso me pasa por ser la mayor de tres
hermanas.
Cuando llegó a la Plaza del Mercado, fue todavía peor. Allí estaban la mayoría de
las posadas. Había grupos de jóvenes que se tambaleaban ebrios de un lado a otro,
arrastrando los faldones de las chaquetas y las mangas y dando zapatazos con las
botas con hebillas que nunca hubieran soñado con ponerse en un día de trabajo,
lanzando exclamaciones y atosigando a las jovencitas. Ellas paseaban elegantes de
dos en dos, listas para dejarse atosigar. Era una fiesta de mayo perfectamente normal,
pero a Sophie también le daba miedo todo aquello. Y cuando un joven con un
fantástico traje azul y plateado la vio y decidió abordarla también a ella, Sophie se
escabulló en el portal de una tienda e intentó esconderse.
El joven la miró sorprendida.
—No pasa nada, ratoncita gris —le dijo, con una sonrisa tomo
compadeciéndose—. Solo quiero invitarte a tomar algo. No pongas esa cara de
miedo.
Su mirada de lástima hizo que Sophie se sintiera totalmente avergonzada. Era un
hombre elegante, con un rostro huesudo y refinado, bastante mayor, bien entrada la
veintena, y con el pelo rubio cuidadosamente peinado. Las mangas de su chaqueta
colgaban más que ninguna, con bordes de volantes y remates plateados.
—Oh, no, gracias, por favor, señor —tartamudeó Sophie—. Yo iba, iba a ver a mi
hermana.
—Entonces vete a verla, por supuesto —sonrió aquel joven maduro—. ¿Quién
soy yo para impedir que una dama vea a su hermana? ¿Quieres que te acompañe, ya

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora