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—dijo Michael, que había venido a mirar.
Y era cierto. Howl le lanzó a Michael una mirada de alarma y cogió la flor con la
maceta. La levantó de la maceta en la mano, donde separó con cuidado las raíces
blancas y delgadas, el hollín y los restos del conjuro de abono, hasta que descubrió la
raíz marrón bifurcada que Sophie había plantado.
—Debí haberlo imaginado —dijo—. Es una raíz de mandrágora. Sophie ataca de
nuevo. Se te da bien, ¿a que sí, Sophie?
Colocó la planta en la maceta con cuidado, se la pasó a Sophie y se marchó con el
rostro pálido.
Ahora sí que se había cumplido casi toda la maldición, pensó Sophie mientras se
dirigía a arreglar las flores frescas en el escaparate de la tienda. La raíz de
mandrágora había tenido un niño. Solo faltaba una cosa: el viento para impulsar una
mente honesta. Sophie pensó que si eso significaba que la mente de Howl tenía que
ser honesta, había una posibilidad de que la maldición nunca se cumpliera. Se dijo a
sí misma que a Howl le estaba bien empleado, por ir a cortejar a la señorita Angorian
todas las mañanas con un traje encantado, pero aun así se sentía alarmada y culpable.
Colocó un ramo de azucenas en una de las botas de siete leguas. Se encaramó al
escaparate para colocarlas mejor y entonces se oyeron golpes que venían de la calle.
No era el ruido de los cascos de un caballo. Era el sonido de un palo al chocar contra
las piedras.
El corazón de Sophie empezó a hacer cosas raras incluso antes de que se
atreviera a mirar por la ventana. Y allí, como esperaba, apareció el espantapájaros,
avanzando lentamente pero con decisión por el medio de la calle. Los jirones que
colgaban de sus brazos extendidos eran menos y más grises, y el nabo de su cara
estaba arrugado con una expresión decidida, como si llevara saltando desde que
Howl lo arrojó a lo lejos hasta haber conseguido regresar.
Sophie no era la única que se había asustado. Los pocos que estaban levantados
tan temprano corrían alejándose del espantapájaros tan aprisa como podían. Pero él
no les hacía caso y seguía avanzando a saltos. Sophie se escondió de él.
—¡No estamos aquí! —le dijo con un murmullo intenso—. ¡No sabes que
estamos aquí! No puedes encontrarnos. ¡Vete saltando ahora mismo!
El golpeteo del palo saltarín se hizo más lento a medida que el espantapájaros se
acercaba a la tienda. Sophie quería gritar para llamar a Howl, pero lo único que fue
capaz de hacer fue repetir:
—No estamos aquí. ¡Vete enseguida!
Los saltos se aceleraron, justo como ella había ordenado, y el espantapájaros pasó
saltando por delante de la tienda y atravesó Market Chipping. Sophie pensó que le
iba a dar un ataque, pero solo había estado aguantando la respiración. Respiró
hondo y tiritó aliviada. Si el espantapájaros regresa, podría volver a decirle que se
marchara.
Cuando Sophie entró al castillo, Howl se había marchado.
—Parecía muy alterado —dijo Michael. Sophie miró hacia la puerta. El pomo
señalaba hacia el negro.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora