contrariedad, de alguna manera Sophie había salido por la puerta que no era. Esta
antesala estaba cubierta de espejos. En ellos vio su propia figura pequeña inclinada y
renqueante vestida de gris, a mucha gente con el uniforme azul de la corte y otros
con trajes tan finos como el de Gol; pero no vio a Michael, quien, naturalmente
estaba esperando en la antesala recubierta de paneles de madera de cien tipos
distintos.
-¡Maldita sea!
Uno de los cortesanos se acercó a toda prisa y se inclinó ante ella.
-¡Señora Hechicera! ¿En qué puedo servirla?
Era un joven muy bajito, con los ojos enrojecidos. Sophie lo miró fijamente.
-¡Cielo santo! -exclamó Sophie-. ¡Así que el conjuro funcionó!
-Pues sí -dijo el pequeño cortesano ligeramente avergonzado-. Le desarmé
mientras estornudaba y ahora me ha puesto un pleito. Pero lo más importante es
que... -su rostro se iluminó con una gran sonrisa- ... es que ¡mi querida Jane ha
regresado conmigo! Ahora, ¿en qué puedo servirle? Me siento responsable de su
felicidad.
-No estoy segura de que no sea al revés -dijo Sophie-. ¿No serás por
casualidad el Conde de Catterack?
-A su servicio -dijo el pequeño cortesano, con una reverencia.
¡Jane Farrier debía de sacarle una cabeza!, pensó Sophie. Es culpa mía, está claro.
-Sí, puedes ayudarme -dijo, y le contó lo de Michael.
El Conde de Catterack le aseguró que irían a buscar a Michael y lo llevarían al
vestíbulo para encontrarse allí con ella. No era ningún problema. Él mismo la
condujo hasta un ayudante enguantado y se la pasó con muchas sonrisas y reverencias. Sophie fue pasando de ayudante en ayudante, igual que antes, y al final
bajó cojeando las escaleras custodiadas por los soldados.
Michael no estaba allí. Ni tampoco Howl, pero aquello no alivió a Sophie.
¡Debería haberlo sabido! Obviamente el Conde de Catterack era una persona que
nunca hacía nada a derechas, igual que ella. Probablemente había sido una suerte
que hubiera encontrado la salida. Se sentía tan cansada, acalorada y derrotada que
decidió no esperar a Michael. Quería sentarse en la silla junto al fuego y contarle a
Calcifer cómo lo había estropeado todo.
Bajó renqueante por la escalinata y continuó avanzando con dificultad por una
gran avenida. Siguió cojeando por otra, donde las torres, capiteles y tejados dorados
giraban a su alrededor en una mareante profusión. Y se dio cuenta de que la
situación era peor de lo que pensaba: se había perdido. No tenía ni idea de cómo
encontrar el establo donde estaba la entrada del castillo. Tomó otra hermosa avenida
al azar, pero tampoco la reconoció.
Para entonces ni siquiera sabía cómo volver a Palacio. Intentó preguntar a la
gente con la que se cruzaba. Pero la mayoría parecían tan acalorados y cansados
como ella.
-¿El mago Pendragon? -decían-. ¿Quién es ese?
Sophie siguió avanzando penosamente sin esperanza. Estaba a punto de rendirse
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...