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-Sophie -suplicó Howl.


Sophie se cruzó de brazos sin piedad.


-¿Y qué pasa con Lettie? -preguntó.


-Estoy calado hasta los huesos -dijo Howl-. Tengo que beber algo caliente.


-Y yo he dicho, ¿qué pasa con Lettie Hatter? -insistió Sophie.


-¡Olvídalo! -dijo Howl. Se sacudió. El agua cayó formando un perfecto círculo a


su alrededor. Howl salió de él con el pelo perfectamente seco y el traje gris y escarlata


sin rastro de humedad, y fue a buscar la sartén-. El mundo está lleno de mujeres sin


corazón, Michael. Puedo nombrar a tres sin tener que pensar ni un segundo.


-¿Y una de ellas es la señorita Angorian? -preguntó Sophie.


Howl no contestó. Ignoró a Sophie majestuosamente durante el resto de la


mañana mientras discutía con Michael y Calcifer sobre cómo mover el castillo. Howl


iba a huir de verdad, justo como ella le había advertido al Rey; o al menos eso


pensaba Sophie mientras cosía más triángulos del traje azul y plateado. Sabía que


tenía que hacer que Howl se quitara el gris y escarlata lo antes posible.


-No creo que haga falta mover la entrada de Porthaven -dijo Howl. Conjuró


un pañuelo de la nada y se sonó la nariz con un berrido tal que Calcifer flameó


incómodo-. Pero quiero que el castillo viajero esté bien lejos de cualquier sito donde


haya estado antes y hay que cerrar la entrada de Kingsbury.


En ese momento alguien llamó a la puerta. Sophie notó que Howl se sobresaltaba


y miraba alrededor tan preocupado como Michael. Ninguno de los dos respondió.


«¡Cobarde!», pensó Sophie con desprecio. Se preguntó por qué se habría tomado


tantas molestias por él el día anterior. «¡Debo de haberme vuelto loca!», murmuró


dirigiéndose al traje azul y plateado.


-¿Y qué hay de la entrada del negro? -preguntó Michael cuando la persona


que llamaba pareció haberse ido.


-Esa se queda -dijo Howl, y se conjuró otro pañuelo con una fioritura final.


«¡Claro!», pensó Sophie, «porque ese color lleva a la señorita Angorian. ¡Pobre


Lettie!».


A media mañana Howl conjuraba los pañuelos de dos en dos y de tres en tres. En


realidad Sophie vio que eran cuadrados de papel esponjoso. No paraba de


estornudar. La voz se le iba volviendo cada vez más ronca. Al poco tiempo conjuraba


los pañuelos de dos en dos y de tres en tres. Las cenizas de los que ya estaban usados


se amontonaban alrededor de Calcifer.


-¡Por qué será que siempre que voy a Gales vuelvo con un resfriado! -gimió


Howl, y se conjuró un montón de pañuelos a la vez.


Sophie rebufó.


-¿Has dicho algo? -preguntó Howl con voz cascada.


-No, pero estoy pensando que la gente que huye de todo se merece todos los


catarros que pueda pillar -contestó Sophie-. La gente que ha sido nombrada por el


Rey para hacer algo y sale a cortejar bajo la lluvia en vez de cumplir con su misión es


la única culpable de sus males.


-Tú no sabes todo lo que yo hago, Doña Moralista -replicó Howl-. ¿Quieres

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora