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alargada y azul con una cabellera verde llameante. -Buenos días -dijo el demonio del fuego-. No olvides que tenemos un trato. Así que no había sido un sueño. Sophie no solía llorar, pero se sentó en la silla durante un buen rato mirando a la cara borrosa y danzarina del demonio del fuego, y no prestó mucha atención a los sonidos que hacía Michael al levantarse, hasta que lo vio de pie frente a ella, con aspecto avergonzado y un poco exasperado. -Todavía estás aquí -dijo-. ¿Te pasa algo? Sophie se sorbió las lágrimas. -Soy vieja -comenzó. Pero, como le había dicho la bruja y el demonio del fuego había adivinado, no podía hablar de ello. Michael dijo alegremente: -Bueno, a todos nos llega con el tiempo. ¿Te gustaría tomar algo para desayunar? Sophie descubrió que realmente era una anciana resistente. Después de haber comido solo pan y queso en el almuerzo del día anterior, ahora estaba hambrienta. -¡Sí! -asintió. Y cuando Michael fue al armario, se levantó y miró por encima del hombro para ver qué había de comer. -Me temo que solo hay pan y queso -dijo Michael algo tenso. -¡Pero si hay una cesta entera de huevos! -dijo Sophie-. ¿Y no es eso beicon? ¿Y qué tal si bebemos algo caliente? ¿Dónde está la tetera? -No tenemos -dijo Michael-. Y Howl es el único capaz de cocinar. -Yo también sé cocinar -dijo Sophie-. Dame esa sartén y te lo demostraré. Alargó la mano para coger una sartén grande y negra que colgaba en la pared del armario, a pesar de que Michael intentó evitarlo. -No lo entiendes -dijo Michael-. Es Calcifer, el demonio del fuego. Solo inclina la cabeza para cocinar ante Howl. Sophie dio media vuelta y miró al demonio, que llameó con aspecto desafiante. -Me niego a que me exploten -dijo. -¿Quieres decir que no puedes ni siquiera beber algo caliente si Howl no está? -le preguntó Sophie a Michael. Michael asintió avergonzado-. ¡Entonces es a ti a quien están explotando! -exclamó Sophie-. Dame eso -cogió la sartén de las manos reacias de Michael y agarró el beicon, luego metió una cuchara de madera en la cesta de los huevos y avanzó con todo aquello hacia la chimenea-. A ver, Calcifer -dijo-, vamos a dejarnos de tonterías. Inclina la cabeza. -¡No me puedes obligar! -crepitó el demonio. -¡Claro que puedo! -crepitó a su vez Sophie, con una fiereza que a menudo hacía que sus hermanas se detuvieran en medio de una pelea-. Si no, te echaré agua por encima. O cogeré las tenazas y te quitaré los dos troncos -añadió mientras se arrodillaba junto al hogar con gran crujir de huesos. Y entonces suspiró-: O me puedo retractar del trato y contárselo a Howl, ¿no te parece? -¡Maldición! -escupió Calcifer-. ¿Por qué la dejaste entrar, Michael? Enfurruñado, inclinó la cara azul hacia adelante hasta que lo único que se veía de él era un círculo de llamitas verdes bailando sobre los troncos

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora