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colocó un pellizco de la misma sustancia en cada punta de la estrella y volcó el resto


en el centro.


-¡Apártate, Michael! -dijo-. No os acerquéis ninguno. ¿Estás listo, Calcifer?


Calcifer salió entre los troncos en forma de larga llama azul.


-Lo intento -dijo-. Sabes que esto podría matarme, ¿verdad?


-Míralo por el lado bueno -dijo Howl-. Podría ser yo el que terminara


muerto. Agárrate. Una, dos y tres.


Hundió la pala en el suelo de la chimenea, con un movimiento lento y constante,


manteniéndola en vertical y al mismo nivel de la rejilla. Durante un segundo la


movió suavemente de un lado a otro para deslizaría debajo de Calcifer. Luego, cada


vez con más firmeza y suavidad, la levantó. Michael aguantó la respiración.


-¡Ya está! -dijo Howl. Los troncos se resbalaron hacia un lado. Parecía que no


ardían. Howl se irguió y dio media vuelta, con Calcifer sobre la hoja de la pala.


La habitación se llenó de humo. El perro-hombre gemía y temblaba. Howl tosía.


Le costaba mantener la pala recta. Los ojos de Sophie se llenaron de lágrimas y


apenas veía pero, por lo que pudo distinguir, Calcifer no tenía pies ni piernas, tal y


como le había dicho. Era una cara azul larga y puntiaguda enraizada en una masa


negra que brillaba débilmente. El bulto negro tenía un surco en la parte delantera,


por lo que a primera vista parecía que Calcifer estaba arrodillado sobre unas piernas


diminutas. Pero Sophie vio que no era así cuando el bulto se movió ligeramente y


mostró que por debajo era redondo. Se notaba que Calcifer se sentía tremendamente


inseguro. Los ojos anaranjados se le pusieron redondos de miedo y no dejaba de


alzar débiles llamas con forma de brazos a los lados, en un intento inútil por


agarrarse a los bordes de la pala.


-¡Ya queda poco! -dijo Howl con voz ahogada, procurando tranquilizarle.


Pero tuvo que cerrar la boca con fuerza y quedarse quieto un momento para evitar


toser. La pala se balanceó y Calcifer estaba aterrorizado. Howl se recuperó. Dio un


paso largo y cauteloso para introducirse en el círculo de tiza y luego otro hasta


colocarse en el centro de la estrella de cinco puntas. Allí, sosteniendo la pala


completamente horizontal, giró lentamente sobre sí mismo hasta dar una vuelta


completa y Calcifer giró con él, azul como el cielo y con cara de pánico.


Pareció que toda la habitación girase con ellos. El perro-hombre se acurrucó


junto a Sophie. Michael se tambaleó. Sophie sintió como si una pieza del mundo se


hubiera soltado y estuviera dando vueltas en círculos mareantes. Cuando Howl dio


los mismos dos pasos largos y cautelosos para salir de la estrella y del círculo, todo


seguía moviéndose. Se arrodilló junto al hogar y, con sumo cuidado, deslizó a


Calcifer de nuevo sobre la rejilla y lo rodeó con sus troncos. Calcifer ardió con


enormes llamas verdes. Howl se apoyó en la pala y se puso a toser.


Tras un último balanceo, la habitación se quedó quieta. Durante unos instantes


en que todo seguía lleno de humo, Sophie distinguió sorprendida las formas que tan


bien conocía del salón de la casa donde había crecido. Lo reconoció, aunque el suelo


no era más que tablas desnudas y no había cuadros en las paredes. La habitación del


castillo pareció acomodarse en su lugar dentro del salón, estirándose por allí,

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora