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-Michael -lo llamó cuando este bajó corriendo las escaleras porque a Howl se


le había antojado un sandwich de beicon para comer-. Michael, ¿hay alguna


manera de agrandar la ropa pequeña?


-Sí -dijo Michael-. Precisamente ese es mi nuevo conjuro, si es que tengo un


momento para trabajar en él. Quiere seis lonchas de beicon para el bocadillo.


¿Podrías pedírselo a Calcifer?


-Te daré los recortes si agachas la cabeza -le dijo Sophie, dejando la costura a


un lado. Era más fácil sobornar a Calcifer que obligarle a hacer algo.


Comieron bocadillos de beicon, pero Michael tuvo que subir cuando se estaba


comiendo el suyo. Bajó con la noticia de que Howl quería que fuese a Market


Chipping para conseguir varios ingredientes que necesitaba para mover el castillo.


-Pero la bruja... ¿No hay peligro? -preguntó Sophie.


Michael se chupó la grasa del beicon de los dedos, se metió en el armario de las


escobas y salió con una de las polvorientas capas de terciopelo sobre los hombros. En


realidad, la persona que salió con el abrigo era un hombretón con barba pelirroja. Esa


persona se chupó los dedos y dijo con la voz de Michael:


-Howl cree que estaré a salvo con esto. Además de un disfraz, lleva un conjuro


para confundir. Me pregunto si Lettie me reconocerá.


El hombre fortachón abrió la puerta con el pomo apuntando hacia el verde y


saltó hacia la colina que se movía con lentitud.


Se hizo la paz. Calcifer se aposentó y chisporroteó. Al parecer, Howl se había


dado cuenta de que Sophie no iba a correr de un lado a otro haciéndole recados.


Arriba reinaba el silencio. Sophie se levantó y avanzó cojeando cautelosamente hacia


el armario de las escobas. Aquella era su oportunidad para ir a ver a Lettie. Seguro


que se sentía fatal. Sophie estaba segura de que Howl no la había vuelto a ver desde


aquel día en el huerto. Tal vez se consolara al saber que sus sentimientos se debían al


traje encantado. De todas formas, tenía que decírselo.


Las botas de siete leguas no estaban allí. Al principio no podía creerlo. Miró por


todas partes, pero allí no había más que cubos, escobas y la otra capa de terciopelo.


-¡Qué tipo más insoportable! -exclamó Sophie. Era evidente que Howl había


querido asegurarse de que no volvía a seguirlo.


Estaba colocando todo en su sitio cuando alguien llamó a la puerta. Sophie, como


siempre, se sobresaltó y esperó a que se marcharan. Pero esta persona parecía más


decidida que la mayoría. Quien quiera que fuese, siguió llamando, o tal vez


lanzándose contra la puerta, porque el sonido se parecía más a un golpe que a una


llamada con los nudillos. Al cabo de cinco minutos la puerta seguía sonando.


Sophie miró a las inquietas chispas verdes, que era lo único que se veía de


Calcifer.


-¿Es la bruja?


-No -dijo Calcifer desde debajo de sus troncos-. Es la puerta del castillo.


Alguien debe de ir corriendo a nuestro lado. Vamos muy rápido.


-¿Es el espantapájaros? -peguntó Sophie, cuyo pecho tembló con solo


pensarlo.

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora