Capítulo 9

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En días posteriores, la escena se repitió casi a la misma hora.

Ellos en ningún momento habían sido conscientes de la vigilancia del duque.

Duncan llegó a la conclusión de que esta debería ser la rutina que tenía su hijastro con la criada desde hacía mucho tiempo.

Ver la sonrisa de la hermosa chica cada día le parecía reconfortante. 

Y cuando menos se dio cuenta, también se había convertido en parte de su rutina observarlos mientras jugaban cada tarde en aquel jardín.

Los días transcurrían, y de pronto, se encontró a sí mismo esperando con ansias el momento en el que solía ir a su estudio.

No era únicamente por ser esta una rara oportunidad para estar solo.

Si no por qué anhelaba ver aquella sonrisa.

Qué tan genial sería si ella le sonriera así a él, si también su rostro se iluminará al verlo como lo hacía con su insignificante hijastro.

No quería aceptarlo, pero el duque sentía celos de lo único que tenía Maximilian, por qué era lo que a él le faltaba.

Y un día, sin darse cuenta, Duncan, se encontró a sí mismo pensando en ella en todo momento, incluso durante sus terribles noches con la duquesa*.

Una mañana especialmente mala, luego de que la noche anterior aquella mujer repugnante tuviera su cuerpo una vez más, y después de lavarse y restregarse a conciencia, Duncan decidió "salir a caminar", visitando el jardín donde siempre veía a la chica jugar con su hijastro.

No sabía si podría encontrarla ahí a esas horas, pero estaba desesperado por verla. Sentía que solo con observarla bastaría para calmar todo el asco que lo embargaba ahora mismo.

Usualmente, el duque intentaba evitar pasear por los jardines, pues la duquesa siempre insistía en acompañarlo, pegándose a él como si se tratara de una babosa, durante todo el camino.

Sin embargo, hoy la duquesa no aparecería para interrumpir su paseo, pues había salido temprano a visitar el marquesado de Hill, un viaje corto por negocios.

Él no podía actuar muy obvio al respecto de la verdadera intención por la cual se encontraba ahí, pues la duquesa siempre tenía ojos por todas partes, así que tuvo que fingir disfrutar del paisaje. Luego de ver un seto de rosas durante mucho tiempo, caminó hacia los gladiolos, antes de continuar hacia otras flores, siempre buscándola inadvertidamente. Sin embargo, ella no parecía estar por ningún lado.

Y así, cansado, se sentó en una banca a su paso.

¿Tendría que resignarse a no verla hasta la tarde y solo irse así?

Realmente le hubiese gustado ver como era ella cuando no estaba su hijastro, ¿Sonreiría igual? ¿Sus ojos permanecerían llenos de bondad?.

El duque suspiró con pesar, negándose para sus adentros a marcharse con las manos vacías.

Pero en ese momento, cuando comenzaba a perder la esperanza, la vio.

Era ella, tan hermosa como siempre. A lo lejos la joven conversaba y se reía junto a un anciano jardinero.

-Me alegro tanto de verte- pensó el duque complacido

Desde esa distancia, Duncan alcanzaba a escuchar su encantadora risa, tan melodiosa como si se tratara del sonido que hacían las campanillas de viento, un sonido que le hizo cosquillas en el corazón.

Con una seña, y sin atreverse a mirarla demasiado, el duque llamó a Albert para preguntarle en voz baja

"¿Quién es la sirvienta que se encuentra conversando con el jardinero ahora mismo?"

El regreso de la extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora